A quienes estamos ya en la sala de espera del hospital se nos ve cara de sueño. Quizás por el madrugón o por haber seguido el debate de las elecciones hasta el final. Llaman a consulta a los de las primeras horas. Una pareja de ... personas mayores ocupa a mi lado las únicas sillas libres que quedaban. Casi todos los pacientes charlan con sus acompañantes o se entretienen, como es mi caso, mirando el móvil. Nadie habla en voz alta. Las conversaciones están dominadas por ese tono propio de la charla doméstica en el que resultan igual de cómplices los silencios que esas muletillas: –«Ya me dirás», «A ver si no»– que hilvanan el lenguaje coloquial. La enfermera va llamando y la lista se mueve.

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La consulta da a un pasillo por el que se transita en dirección a otras salas del hospital. Una señora de mediana edad camina a buen ritmo valiéndose de dos bastones largos de bambú.

—«Mira, una con cuatro patas», le dice en voz baja a su acompañante.

El hombre, quizás por la asociación de ideas, le cuenta a ella, también en tono confidencial, algo que le había ocurrido:

—«Pues mira, ayer cuando iba de la cancilla para arriba, no usé cuatro patas, pero me agarré a la cola de la yegua y me ayudó a subir la cuesta».

—«Cómo hiciste eso, capaz de que te diera una coz».

—«Quita, quita, mujer, la yegua no se espanta conmigo, le doy de comer a diario».

La mayoría de la gente acude con sus pruebas diagnósticas y son derivadas a consulta según el orden prefijado. Hay quien explica, sin embargo, que no recibió cita para nuevas analíticas y que todos los papeles que tiene son los que entrega en ese momento a la enfermera…

La sala de espera es un microcosmo en continuo cambio. Algunos llegan para sustituir al familiar a quien es preciso acompañar. Un padre se marcha y sustituye a la hija que hasta ese momento cuidó del abuelo. Casi todos los pacientes son hombres y casi todas las acompañantes mujeres. Ellas se preocupan de que tras la consulta se coloquen bien la chaqueta o terminen de abotonarse la camisa. Alguna le regaña incluso mientras aguardan en la sala de espera: «Pero, padre, ¿no podías haberte puesto hoy otros zapatos?». El hombre refunfuña un poco y mueve la mano displicente, como diciendo «…qué más da…».

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Cerca de mí un paciente entrado en años sujeta una carpetita de cartón con la que se sacude el aburrimiento de la espera golpeándose rítmicamente en la rodilla, sobre el pantalón de pana. Un par de veces le ha sonado el móvil y siempre ha explicado lo mismo: que aguardaba a que le llamaran para que le viera el médico. Y nada más.

Se habla en voz baja, pero no puedes evitar escuchar lo que se dice a tu alrededor. Nadie comenta nada del debate, ni de elecciones, ni de política. Sin embargo, es más que probable que todos los que estamos aquí, ante la consulta, haciendo uso de la sanidad pública, dependemos también de esa 'otra' consulta, relevante, del próximo domingo. Ya me entienden.

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