La guerra se enquista en Ucrania. Los ucranianos, esos vecinos del este que los modernos llaman ucranios (a ver lo que tarda la RAE en dar preferencia a la tontería), no sólo recuperan posiciones, sino que se permiten el lujo de cortarle el suministro a ... las tropas rusas. Sonríen en medio del horror, porque tienen la impresión de estar combatiendo contra el ejército de Pancho Villa. Pero esa sonrisa no es más que una manera de darse ánimos para seguir resistiendo. Saben (lo sabemos todos) que la opción de que los hombres de Pancho Villa recurran a las armas químicas es directamente proporcional a su fracaso en la hoja de ruta de la invasión. Y ejemplos de crueldad les sobran a estas alturas.
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También en las guerritas españolas hay cambio de posiciones. Hay que ver de qué manera en una semana el que se frotaba las manos con el otro ejército de Pancho Villa, el de las 'ayusadas' del PP, ahora se echa a llorar con su incapacidad de hacer frente a la crisis propia. Cero pelotero (eso que el presidente Aznar llamaba cero patatero) en geo estrategia, con la marranada del Sáhara español en primer tiempo de saludo. Argelia de uñas, y con ganas de jugar su propio papel en la batalla de la energía. Marruecos, esperando ocasión para pescar una Melilla en el río revuelto de la manifiesta debilidad española. Y los Estados Unidos de América, que ni siquiera agradecen la genuflexión. Tal vez porque no alcanzan a entender (como ninguno) el verdadero contenido de la carta de Sánchez, de tan mal redactada como se envió. Un sainete.
Y menos mal que todavía queda algún Planas en el Gobierno, capaz de enmendar en la mitad de tiempo lo que su colega Sánchez, la ministra de Transportes, ha tardado el doble. Y sin ofrecer nada a cambio. Será por la resonancia de los apellidos. El hecho es que los pescadores ya faenan, pero el papel higiénico sigue lejos de nuestro alcance, a pesar de que la ministra dice haber puesto el «punto y final» (sic) al desabastecimiento. Más problemas de lenguaje. Y de concepto: 20 céntimos de subvención al gasóleo y 20 millones (ahí está el documento) de los presupuestos generales del Estado para financiar ayudas «ante el abandono de la profesión» de transportista. En los ochenta, como cantaban Loquillo y Los Trogloditas, la felicidad consistía en conducir un camión. «Escupir a los urbanos, / a las chicas meter mano». Pero el mito se ha venido abajo. Se ponga como se ponga la otra Sánchez, conducir en España es llorar. Casi como escribir.
Y esto poco tiene que ver con los rusos ni con los ucranianos, como poco o nada tiene que ver el resto de nuestra ineficiencia energética. Ahora dice Sánchez (el otro Sánchez) en Europa que hay que tener en cuenta que España es diferente, también en lo que toca a la energía. Porque no comparte sus infraestructuras con Europa, sino con África. Esto, sin embargo, al que tiene que pagar la factura de la luz (que resulta ser la del gas más caro posible) la verdad es que le importa un pepino. Según el último informe de la OCDE, España era el país menos expuesto de Europa, quizás por estar tan lejos, a las consecuencias de la invasión de Ucrania. Pero la realidad es que antes de que Putin saliera del armario nuestro país ya era el farolillo rojo en la recuperación 'post pandémica'.
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Antes que especular, con todo, lo justo es atenerse a los resultados. Y los resultados dicen que, por segundo año consecutivo, España es el país del mundo con mayor consumo per cápita de ansiolíticos. Sube la gasolina y suben las benzodiacepinas. Es decir, que viajamos menos con el coche y más con las pastillas. ¿A alguien le extraña?
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