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No sé cómo será cuando ocurra de verdad, si la incredulidad no será mayor que el miedo, mayor que la incertidumbre. Nunca estuve en ese trance. El final nunca se ha descrito certeramente, todo son suposiciones, conjeturas, ejercicios de estilo o de ingenio… Yo ... creo, sinceramente, que todos los muertos confiaron en el milagro de última hora, en el séptimo de Caballería, en la vacuna salvadora. Hasta los suicidas, un detente, Abraham esperaban. Somos estúpidamente inmortales y es esa certeza la que provoca nuestro estúpido comportamiento. ¿Cómo, de otra manera, podríamos justificar nuestra actitud ante la covid-19?
Fiestas, vacaciones, reuniones, cenas familiares, comidas de empresa… Subimos y bajamos en esa ola, en esas olas, como quien monta en la noria, seguros de que no fallará el mecanismo, de que nunca saltará el engranaje que nos sostiene. Habrá, sí, momentos emocionantes, pero nunca trágicos. ¿Cómo va a matarnos este bichito? ¿Cómo va a acabar con nosotros el cambio climático? Con nosotros, tan listos, tan altos, tan rubios; con nosotros, que hacemos móviles tan bonitos y tenemos tantas vacunas y aviones y plataformas de televisión.
Somos estúpidos y la estupidez es el defecto más notorio de la inmortalidad. Vivimos como si la vida fuera un parque temático en el que todo está previsto y me temo que morimos con la seguridad de que, más temprano que tarde, oiremos el 'Levántate, Lázaro', que lo ponga todo en su lugar. El apocalipsis es una serie de Netflix.
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