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De todo hace diez años. El niño no lo recuerda, el padre sí. También el abuelo, que se les fue hace nada porque faltaba un respirador. Ahí está el césped crecido de Johannesburgo y otro tiempo no tan lejano. El niño sabe que su nueva ... normalidad es una mascarilla, que ha nacido con un Mundial pero no recuerda ni cuándo. Ni por qué.
El niño va y viene con la mascarilla y el padre, sí, lo acuna y le explica que hubo otro tiempo de dioses bajitos y una antigua normalidad que sonaba a vuvuzela y a litrona de Pepe Reina. El niño, que alcanza ahora en julio de 2020 los diez años y pico, no sabe qué es un infarto, ni las cardiopatías de Casillas. Tampoco sabe que meses antes de que llegara la peste, esos que ilusionaron al padre se fueron a Japón, que es el morir de Villa e Iniesta.
Hablo de una historia triunfal y no muy larga, que empieza en Austria y que empieza Fábregas. Después Torres saltó como un ángel rubio –o teñido– y al país se le quitaron los calostros de miedo. De nada servían los 'tours' cojonudos de Ocaña y de Perico, o lo de Nadal.
Si el niño entiende poco, el padre comprende menos. En el armario ha visto una camiseta de Torres con polillas que le compró a un gitano en un mercadillo y que le dio suerte. El padre también tiene los recortes de aquella loa poética al cabezazo de Pujol que coló de matute en el periódico: el padre se ve que ha escrito sus cosas y que se ha quedado sin musas y sin equipo.
Al padre ya solo le queda el recuerdo. Fue 11 de julio, ni hay Tour ni hay sanfermines. No quiere que le vean llorar de algo que puede ser 'saudade' o asco vital.
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