Los humanos son máscaras disimuladas, los animales no, son sencillamente lo que aparentan. El humano sacrifica animales y personas desde hace milenios con pasión y sin arrepentimiento. El crimen es consustancial a nuestra especie.

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Somos cazadores no por mandato de nadie, cazamos porque somos débiles ... y cobardes, cazamos porque nos sabemos mortales y cazamos por uso y consumo animal industrial, por negocio y divertimento. Quien caza por diversión es el cazador que ansía la sangre ajena, que necesita sentirse un animal superior y que tal vez sabe que no lo es. El dios de los cazadores exige matar.

Cuando ya no queden animales sobre el planeta, ¿seremos humanos los humanos? ¿Qué haremos para sobrevivir? Seremos seres vivos huérfanos, eso es lo que seremos. ¿Cuánto vale la vida humana? ¿Y cuánto vale la vida de cualquier otro ser vivo? Pero tal vez en milenios nada cambiará, los mismos pájaros volverán a volar donde solían.

La intolerancia rebaja al humano y lo degrada como ser pensante, el intolerante, no solo pierde su racionalidad, hace algo que ninguna otra especie animal practica, utiliza la razón para destruir especialmente a sus semejantes. La intolerancia es el verdugo del diálogo, base de la convivencia humana.

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Crecimiento, proliferación y diversidad frenan la extinción programada de las especies animales. ¿Hasta cuándo la vida sobrevivirá a sí misma? Los animales no son objetos, no son cosas, es la arrogancia humana la que está cosificada.

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