No hay luz suficiente todavía en el tramo final de la pandemia. Más bien ángulos oscuros. Zonas muertas que se comen el mes de julio sin remedio y amenazan por llevarse por delante el verano entero, si seguimos por este camino. Llegar a tocar la ... libertad y perderla, por ansia o por incontinencia, es doloroso. Pero también la consecuencia del desmadre normativo en el que vive nuestro país. La incuria de los poderes y los contrapoderes, que actúan siempre en beneficio propio, es decir, en perjuicio de los ciudadanos, que no saben a qué atenerse.
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La juerga de fin de curso de Mallorca es el paradigma del exceso de infantilismo en el que milita una parte no desdeñable de nuestra sociedad. Los que pensaban hacer su agosto en agosto viven de nuevo en la tensión insoportable de saber qué se podrá hacer o qué no, y dónde, según los últimos acontecimientos. Que si Alemania declara a España entera zona de riesgo. Que si en Portugal solo se podrá entrar en un hotel con certificado sanitario en regla…
Viene la calorina, pero no el verano. Al menos ese verano que entendemos como el merecido descanso, como el paréntesis en esa vida cotidiana que nos ahoga detrás de las mascarillas. Todavía no se tiene claro qué va a pasar con el toque de queda o con la vacunación estival de los más jóvenes. Ni con su ocio nocturno. Y ese mundo nuevo, esa sonrisa recuperada que anunciaba hace solo unos días el presidente Sánchez son tan precarios como su propio Gobierno, cuya crisis no se soluciona, ni mucho menos, con que Pablo Iglesias se haya cortado la coleta.
Y como un mal sueño, como un sueño negro y tremendo, las noches de verano nos vuelven a mostrar las miserias de lo que vive una sociedad aparentemente contenida, pero en el fondo ferozmente descontrolada, durante el día. Una sociedad que a veces, en lugar de avanzar, da la sensación de que retrocede. Como ha ocurrido con el caso del joven Samuel Luiz, que lleva una semana incendiando las redes sociales. Un caso con todos los condicionantes que pueden convertir a la persona 'diferente' en objetivo del odio y la intolerancia de las manadas. La violencia real que existe detrás de una aparente mansedumbre, y que se manifiesta, con toda su crudeza, cuando menos lo esperamos.
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El asunto se ha centrado en la homofobia, pero la capacidad de Samuel de ser distinto le hacían de una u otra manera víctima propiciatoria de una sociedad como mínimo contradictoria. Una sociedad que aparentemente avanza en la consecución de sus derechos, pero que paradójicamente retrocede en la aplicación del más mínimo sentido de la convivencia. Un movimiento de intolerancia, contracorriente, que sigue sin permitir que cada uno viva como le da la gana. Como si una cosa necesariamente fuera la consecuencia inevitable de la otra. Da qué pensar.
Dejó escrito Nelson Mandela que «nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión». Tampoco de su sexualidad. Si esto es así, y parece que lo es, deberíamos estar atentos, más allá del despropósito cotidiano en que vivimos, a los modelos que nos inspiran, que nos incitan a desarrollar ese odio. Tan poco natural. Tan inhumano.
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