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En enero pasado publiqué un artículo titulado 'Las prioridades de Pedro Sánchez' en el que defendía la inteligencia del político socialista para «rentabilizar electoralmente las aspiraciones y preocupaciones que detecta en la sociedad española». Lo terminaba, después de desgranar algunas decisiones del hoy presidente ... en funciones, así: «Los votantes, para bien o para mal, en modo alguno situamos el foco en la crisis judicial ni política ni democrática ni ética ni de valores, sino en la económica. En la pela».
La economía no explica por sí sola lo sucedido este domingo. Hay muchos más elementos. Algunos tienen relación con unas expectativas inexplicablemente alejadas de la realidad, pues el 28M no se produjo un descalabro electoral del PSOE y los sondeos serios podían llegar a contemplar, en sus márgenes máximos de error, un escenario como el resultante después de abrir las urnas.
Otros responden a una pésima gestión del PP de la campaña electoral, convertida en un mero trámite por parte del equipo de Feijóo, más preocupado en el reparto de vicepresidencias que de ganar y activar votantes. Y otros, quizás los más relevantes, a la tensión política e ideológica no resuelta con Vox.
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Pero lo cierto es que en España no se vive, por ahora, una crisis financiera que obligue a sacrificios equiparables a los que llevaron a Zapatero a desalojar La Moncloa. Al revés, tirando de deuda y fondos europeos, se subvenciona el transporte, se contrata empleo público, se suben las pensiones… Por tanto, y aunque parecía y se difundía a los cuatro vientos que el expresidente gallego solo tenía que elegir uniforme para su tranquilo paseo militar hacia la presidencia del Gobierno, la realidad es tozuda: los españoles se movilizan a favor del centro derecha diríamos que casi cuando no hay más remedio, cuando nos encontramos al borde del precipicio, y cuando el PP no comete muchos errores.
Pero es que, por otro lado, y como apuntaba anteriormente, está Vox. La ultraderecha sitúa constantemente al electorado de centro ante el dilema de ofrecer su apoyo a un partido, el PP, que lo mismo actúa como en Murcia, como en Valencia, como en Castilla y León o como en Extremadura, donde escenificó una rendición vergonzante en la piel de María Guardiola. Eso moviliza a la izquierda y el centro como pocas cosas. Nada que ver. Al ciudadano no le interesa si los cambios de postura responden a criterios porcentuales; suele conectar más con argumentos sencillos y claros. Del tipo: Vox sí, siempre que sea necesario, así. O del tipo: Vox no, nunca, de ningún modo. Sostengo que lo sucedido con los pactos en varias comunidades ha enturbiado mucho cualquier certeza sobre lo que haría Feijóo con Abascal, hasta qué punto cedería poder y con qué límites, si necesitara sus escaños para gobernar.
Con todo, uno de los grandes perdedores de estas elecciones no ha sido otro que Santiago Abascal. Ha pasado de 52 a 33 escaños, de representar más de la mitad de los diputados del PP a menos del 25%. Y eso no cabe atribuirlo a la derecha mediática. De ser real esa justificación, tendrían que preguntarse cómo es posible que basen toda su acción de difusión y comunicación en las redes digitales y medios subyugados a su proyecto político y no en el trato cotidiano y naturalmente tenso con los medios de referencia.
Tampoco parece muy inteligente deducir que la culpa de su cierto descalabro a un suelo bastante sólido de sufragios es de los sondeos o las decisiones del PP. Lo razonable es que en Vox sean conscientes de que es muy complicado ganarse a una mayoría de ciudadanos hartos, pero moderados, normales, modestos en sus problemas, formas y expresiones, con perfiles políticos permanentemente enfadados, que se hallan más cómodos en el gamberrismo y el cabreo que en la dialéctica del convencimiento, la seducción y la paciencia. A veces parece que es Vox el que, voluntariamente, se crea cordones sanitarios respecto de los ciudadanos. ¿Cómo se puede negar el cambio climático o rechazar la existencia de la violencia machista o la agenda 2030 y pensar que eso va a ser un programa de respaldo generalizado?
El partido de Abascal debería repensarse algunas de sus estrategias, formas y mensajes. Quizás la principal conclusión de estas elecciones es que, contra lo que sucede en otros países de Europa, aquí la ultraderecha, lejos de crecer, pincha. Veremos en los próximos meses qué consecuencias tiene esta circunstancia en gobiernos como el de Castilla y León, donde llevan más de año y medio gobernando junto a Mañueco.
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