Un Trump en cada pueblo
Carta del director ·
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«Como el presidente de EE UU, nuestros dirigentes, en casi cualquier ámbito, cada vez hacen más complejo el trabajo de la prensa»Seguramente usted también se ha preguntado cómo es posible que un personaje como Donald Trump gobierne los Estados Unidos. La respuesta automática y certera, científica ... digamos, es muy sencilla: porque ha ganado unas elecciones democráticas, porque le han votado 70 millones de ciudadanos en unos comicios legítimos, limpios y libres. Perfecto.
Sin embargo, detrás de ello hay mil matices. Y el fondo mismo de ese hecho, el segundo mandato de Trump y todo lo que está desencadenando en términos económicos y geopolíticos, responde no solo a ese último paso, a ese resultado electoral, sino a una cadena inmensa de corrientes de opinión, acciones personales y conscientes de millones de personas en el mundo desarrollado, a otras inconscientes, a desórdenes y desajustes institucionales, a omisiones y negligencias políticas, éticas y sociales. Desde hace muchos años. En todos los países más o menos democráticos. Y también, lógicamente, en España.
No hace falta ser un lince para darse cuenta de que, en gran medida, lo que causa la llegada de este tipo de caudillos y peligrosos atócratas es, muy principalmente, el empobrecimiento paulatino de la opinión pública como ingrediente esencial de cualquier democracia. ¿Cómo va una sociedad normal, con un mínimo de sentido crítico, provista de los básicos rudimentos de observación, información y contraste de la realidad, a entregar su destino a un majadero y delincuente como Donald Trump? Muy fácil, lo hará si pierde su conciencia colectiva, si queda confundida entre verdades y mentiras, si convierte sus opiniones en dogmas, si se tritura cualquier debate que conduzca a la cesión y los consensos… La polarización, de la que tanto se habla, está en el mando de televisión de cada casa, en el móvil de cada vecino, en su desprecio por la curiosidad, por la ambición de saber y comprender lo que les pasa a otros. Hace muchos años ya, por cierto, se descubrió mediante una investigación que el poder cambia, a peor lógicamente, a las personas. Lo demostró un estudio realizado por Sukhvinder Obhi, un neurocientífico de la Universidad Wilfrid Laurier de Ontario, Canadá. En él se concluye que el poder transforma la forma en que funciona nuestro cerebro y disminuye nuestra empatía hacia los demás. Por eso son cada vez más importantes los contrapoderes. La prensa es uno de ellos. La justicia otro, aún más decisivo.
¿Contra quién conspiran tipos como Trump? Contra la prensa. Contra la justicia. Contra cualquiera que pueda desmontar sus verdades alternativas. ¿Y en qué medida aquí, en Valladolid, en Segovia, en Palencia, en Cuenca, en Navalcarnero, somos responsables? Pues en la medida en que nuestros dirigentes, en casi cualquier ámbito, cada vez hacen más complejo el trabajo de la prensa. Por ejemplo.
Digamos que lo ocurrido esta semana en la capital cuando se halló en el Pisuerga el cuerpo del joven zaragozano desaparecido fue un buen ejemplo de todo lo anterior. Tuvimos que soportar una vez más, en este caso nuestro fotógrafo, que un policía nacional no le permitiera hacer fotos en la calle de lo que ocurría. El agente le explicaba que él cumplía órdenes, que no se podían hacer fotos. Y algunos de los viandantes le daban la razón, acusaban al fotógrafo de provocar… Inaudito. No lo del policía, lo de los viandantes. Que, claro, ellos sí podían hacer lo que quisieran: pasar por el puente Juan de Austria, mirar la escena, lo que quisieran. Con lo que costó consagrar la libertad de prensa en España, precisamente para que se pueda ejercer el periodismo en libertad, y ahora una placa le convierte a uno en Torquemada. O en el Fraga de sus mejores tiempos.
Ese mismo día, como muchos otros, me tocó explicar a alguien que sí, que los medios de comunicación habitualmente no titulamos como quieren las instituciones, que para eso tienen sus notas de prensa. Pero da igual. En el fondo, lo que quieren muchos políticos en el poder, la mayoría me atrevería a decir, aquejados del mal descrito por los neurocientíficos canadienses, es que desaparezcamos, que no preguntemos, que callemos, que nos vayamos, que no molestemos, que asintamos a todo, sauna y masaje. Somos odiosos. Y cansa mucho ser tan odiado, la verdad.
Jeff Bezos, propietario de Amazon y del Washington Post, hizo pública hace unas semanas la siguiente decisión. «Compartí esta nota con el equipo del Washington Post esta mañana. Le escribo para informarle sobre un cambio que se avecina en nuestras páginas de opinión. Vamos a escribir todos los días en apoyo y defensa de dos pilares: las libertades personales y los mercados libres. También cubriremos otros temas, por supuesto, pero los puntos de vista que se oponen a esos pilares serán publicados por otros. Hubo un tiempo en que un periódico, especialmente uno que era un monopolio local, podría haberlo visto como un servicio para llevar a la puerta del lector todas las mañanas una sección de opinión de amplia base que buscaba cubrir todos los puntos de vista. Hoy en día, Internet hace ese trabajo».
Muchos lectores estarán de acuerdo. Pero no es cierto. Internet no hace ese trabajo. En realidad hace el contrario. Y por eso sigue siendo importante que haya periódicos como El Norte de Castilla que den cabida a todos los puntos de vista. Los que gustan a unos y los que gustan a otros. Si todos los medios aplicaran esa máxima de Bezos, tendremos un Donald Trump en cada pueblo. A escala. Todos con el pelo rubio, la piel roja, el gesto macarra y diciendo: «Kiss my ass…» De hecho, es lo que ya está sucediendo. Con la complicidad, como en Estados Unidos, de muchos ciudadanos.
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