

Secciones
Servicios
Destacamos
El presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, tachó esta semana de «intolerable» la pretensión del alcalde de Vigo, Abel Caballero, ... del Partido Socialista, de reducir las paradas del AVE entre Madrid y Galicia a su paso por nuestra comunidad para que los trayectos fuesen más rápidos. «Es una auténtica barbaridad impropia de un alcalde que ha sido, además, presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias», recordó Mañueco. Renfe replicó que no hay novedad, pues los trenes que realizan la conexión de la capital de España con Vigo seguirán teniendo las mismas paradas en las estaciones de Sanabria Alta Velocidad, Zamora, Medina del Campo Alta Velocidad y Segovia. Un alivio.
La reacción del presidente, más allá de su oportunidad política, está llena de lógica. Yo hubiese hecho lo mismo. Pero sobre todo responde a un instinto humano indomesticable: reaccionamos a lo que nos afecta mil veces antes que a lo que nos preocupa. Y con mucha más energía y determinación. Es como pasar de las musas al teatro, que todo cambia. Es lo de que nadie aprende en culo ajeno, sino en carne propia. Es el reflejo rotuliano activado en el ánimo y la indignación, no en la rodilla.
Este comportamiento podemos comprobarlo a escala colectiva en el último estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el barómetro de marzo. El cuestionario formulado a unas 4.000 personas incluye una serie de preguntas sobre los problemas del país. La décima dice, en concreto, así: «¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España?» Como la respuesta es abierta, cada uno dice lo que le parece y luego el instituto agrupa todas en torno a medio centenar de expresiones. Pues bien, un 40% señala problemas relacionados con la política. «El Gobierno y los partidos», «los problemas políticos», «el mal comportamiento de los políticos» o «la corrupción» y «lo que hacen los partidos» son las principales. A continuación, a las mismas personas se les pregunta: «¿Y cuál es el problema que a Ud., personalmente, le afecta más?» Aquí es cuando nos manifestamos como lo que somos, personas de carne y hueso. Un 45% apunta a cuestiones de tipo económico: «La crisis económica», «la vivienda», «problemas relacionados con la calidad del empleo», «el paro», «la subida de los impuestos»… Resumiendo, que sí, que la política va de cráneo, pero que la pasta es la pasta. Así que, tristemente, ni de lejos identificamos la política como un problema «nuestro».
Traigo aquí todo lo anterior porque experimenté un efecto parecido al leer la noticia del alcalde vigués. Inmediata, espontáneamente, me pregunté qué tipo de rara paradoja esconde el choque absoluto entre esa debida protección de las comunicaciones por tren en Castilla y León de nuestro presidente y ese deseo desenfrenado de proyectar un soterramiento de la vía del tren a su paso por Valladolid que se expresa desde el Ayuntamiento de Valladolid. ¿Por qué la paradoja? Porque la primera consecuencia directa e ineludible de una obra de esas características, pero en ejecución, no en los planos ni en un programa político, sería limitar, reducir o, en algunas fases, colapsar y suspender incluso el tráfico ferroviario. Y no solo unos días. Las obras durarían muchos años.
Alguien dirá: qué va, es compatible. Seguro. Todo es posible. En nuestra cabeza, sobre todo si no somos ingenieros de caminos, todo es factible, bueno, bello, rápido, deseable… Y barato. Porque además últimamente todo debe y puede ser compatible con el soterramiento de la vía: trenes a todas horas, integración de la ciudad, más terrenos inmobiliarios, muros pantalla anti acuíferos, tráfico fluido en los alrededores… No sé cómo es posible que nadie haya pedido levantar junto a la estación un astillero de buques mercantes. O un rocódromo en los lienzos que cubren la nueva terminal. O un polideportivo con piscina olímpica y trampolines en la azotea.
En estas, Mañueco puso el acento en un aspecto crítico de este debate: los usuarios y la conectividad de nuestras ciudades. Porque pensemos en cuando, con la u de Olmedo operativa, sean Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco las que estén conectadas entre sí a través de Valladolid o con Madrid y, de la capital, con todo el sur peninsular. Toda obra se complica y retrasa y encarece por defecto. Si hemos tardado 16 años en inaugurar un centro de salud como el de la Magdalena, si las retenciones en Arco de Ladrillo a veces se han convertido en ratoneras, si la ampliación de Chamartín está siendo una locura porque no es posible anular un nodo central del transporte por tren como esa importante estación del norte de Madrid… ¿Es posible que Valladolid asuma, por deseable que sea para la ciudad y su óptima integración urbana, el trastorno colosal de una obra de esa envergadura? ¿O sucederá que, como Mañueco, presidentes de otras comunidades y alcaldes de otras ciudades reclamarán (seguramente con toda la razón del mundo) que Adif no entorpezca el tráfico ferroviario a sus territorios por la tunelación de Valladolid?
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.