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Fachada de la estación de tren de Valladolid. CASTILLO
Opinión

Soterramiento, minuto y resultado

Carta del director ·

«Habría que tratar de evitar los riesgos que supone el enfrentamiento constante y tozudo entre partidos y administraciones»

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 6 de octubre 2024, 08:46

A las pocas horas de llegar a Valladolid para dirigir este periódico, ya hubo alguien que me habló del proyecto de soterramiento de las vías ferroviarias a su paso por la ciudad. Carlos Aganzo, mi predecesor en la dirección de El Norte, fue quien, camino ... de la redacción en mi primer día de trabajo, me contó que el tren era el gran monotema de la ciudad. Recuerdo que atravesábamos Arco de Ladrillo en su coche, procedentes del centro y con las últimas luces del día. Llovía. Supongo que vería mi cara de extrañeza al mirar a uno y otro lado del puente. Me resumió el asunto en dos patadas. La conclusión, en aquel momento, era que la crisis inmobiliaria se había llevado por delante, arruinado por una deuda multimillonaria, un plan que hubiese transformado y cohesionado mejor nuestra ciudad.

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Desde entonces, con Óscar Puente en la Alcaldía y, desde hace algo más de un año, con Jesús Julio Carnero, el debate que he presenciado ha ido alimentándose de buenos deseos, de malas formas, de improvisaciones, de lamentos, de ucronías inútiles, de informaciones incompletas y de falsos dilemas. He tenido reuniones más o menos didácticas, más o menos alteradas en los modos y los argumentos, con defensores y con detractores, con gente que todo lo ve blanco o negro y con quienes aprecian los grises, con quienes olvidan que el factor financiero o económico es clave, con quienes se sienten depositarios de poderes taumatúrgicos, con entusiastas de la mera voluntad como única condición necesaria para que las cosas sucedan, también un soterramiento… En fin, que desde 2018 es raro el mes en el que no haya tenido que mantener una conversación, larga habitualmente, sobre el soterramiento de las vías.

Reconozco que a mí el problema me fatiga por encima de la media. Porque, como llegué de un sitio, Extremadura, al que no alcanza siquiera el AVE, en el que decenas de altos cargos políticos de todos los colores y administraciones han prometido e incumplido sus promesas durante lustros y por sistema, me asombra lo poco que se protege todo aquello que ya se pactó por unanimidad de todos los partidos e instituciones en 2017, está en marcha y es una realidad: el plan de integración. Que, sin ser lo ideal, al menos es. Y puede mejorarse. Igual es que tengo mentalidad de pobre, que carezco de ambición. Será que nunca he tenido ese gen reivindicativo que a otros les aúpa como impulsados por un muelle, megáfono en mano, por encima de los demás para gritar proclamas. Una de mis frases preferidas es que «lo mejor suele ser enemigo de lo bueno». Me reprochan a menudo mi conformismo.

Me sumo, como ciudadano, como usuario del tren, como vecino de Valladolid, a cualquier iniciativa que reclame el soterramiento. Porque en efecto, imaginarse una ciudad sin esa cicatriz metálica de norte a sur, como de cornada en la ingle hasta las costillas, es suficiente para desear el soterramiento. Entiendo a los dirigentes políticos, entre ellos el alcalde, que aspiran a lograr ese sueño, que no renuncian a ello. Es elogiable su empeño. Sin embargo, como periodista, como analista crítico de una realidad mucho más compleja de lo que parece, sobrepasada de historia y espinosa como pocas, hay que rescatar en primer lugar este inolvidable comienzo, el de 'El Camino' de Delibes: «Las cosas podían haber acaecido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así». Sucedió que, cuando pudo ser, no fue. Y que lo que debe gestionarse hoy no es lo que pudo ser, sino lo que tenemos sobre la mesa en este momento.

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En ese sentido, habría que tratar de evitar los riesgos que supone el enfrentamiento constante y tozudo entre partidos y administraciones. Habría que desterrar el olvido sistemático, qué castigo, de que ya hubo un pacto unánime, doloroso, frustrante seguramente, de políticos para sacar adelante un plan que resolviera las deudas, mejorase las vías y su integración, la conectividad de la ciudad, la estación de pasajeros, el tránsito de mercancías y hasta la estación de autobuses. Porque el riesgo de que lo conseguido se malogre y de que «uno por otro, la casa quede sin barrer», es, más que posible, probable.

Habría que tratar de entender también que el destino de Valladolid como gran nodo del transporte ferroviario para todo el norte peninsular nos ofrece muchas ventajas de todo tipo. Llegar a ser «el gran barrio de Madrid» dentro de unas décadas, según aseguraba el pasado martes el alcalde en una charla informal con periodistas, depende de cómo nos conectemos con la capital, con qué frecuencia, agilidad y dotaciones, pero no, por desgracia, de que las vías estén soterradas o no.

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Así pues, no es Valladolid ya, llegados a este punto, quien puede tomar todas las decisiones sobre su futuro. Porque el destino nos ha hecho muy importantes, qué paradoja, y el Gobierno de España y el de Europa no creo que permitan que esta ciudad quede limitada durante años como eje clave de transportes y viajeros por razones que no tengan relación directa con ese aspecto.

Y sobre todo, habría que tratar por todos los medios de recuperar el consenso político. Porque sin él será imposible confiar en ninguno de los dos proyectos, de ninguna clase, sea el de integración o el de soterramiento. Ambas son propuestas que exigen mucho dinero, muchos sacrificios y mucho tiempo. Por tanto, también constancia y paciencia. Ahora vemos cómo el Ayuntamiento trata de parar en lo posible la integración. Y cómo el Gobierno trata de abortar cualquier intento de resucitar el soterramiento. Es lamentable, decepcionante, una pena mora, el combate de ingenieros de caminos al que asistimos esta semana, esa insólita división abierta entre partidarios y detractores del muro pantalla para soterrar las vías. A día de hoy, es imposible creerse de verdad que los vallisoletanos vayamos a tener ni lo mejor ni lo bueno.

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