El Gobierno se ha propuesto limitar el uso que hacen los menores de las redes sociales a través de una ley. No confío que sirva de mucho porque los gobiernos de todo el mundo hace tiempo que perdieron el pulso con las grandes tecnológicas. ... La humanidad está en sus manos a unos niveles inconcebibles y asfixiantes.
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Esto sucede la misma semana en la que hemos asistido a un detestable episodio de violencia viralizado en internet. Lo ha protagonizado un sujeto de ideología ultra, de Valladolid, que agredió a un cómico durante su actuación en una sala de Madrid porque este respondió a un tuit del primero con una foto de su bebé un modo grosero, insultante y vejatorio. Recuerdo comentar con compañeros de la redacción que, más allá de las circunstancias del hecho, en el que ninguno de los protagonistas, ni el agresor ni el cómico, tuvieron el acierto de comportarse con sensatez, esos momentos de máxima tensión muestran una vez más el tipo de sociedad en la que vivimos. Por un lado vemos a alguien que usa una red social para insultar gratuitamente a otra persona, además en relación con su hijo de pocos meses. No reproduciré el mensaje por decoro. Y por otro, más grave aún por supuesto, a alguien que se toma la justicia por su mano en mitad de una actuación para registrarlo y compartirlo. Los juicios sumarísimos, tan habituales en la red, llevados a un escenario y grabados a propósito.
Habrá quien diga que cosas así han pasado toda la vida. Cafres, violencia, abusos… ¿Qué tiene que ver eso con los niños o adolescentes? El problema es que hoy esas cosas predominan en un entorno sociológico accesible y permeable para todo el mundo, en tiempo real. También para los niños. Es parte de lo que se pretende evitar con esa ley, que los más pequeños consideren normal, cotidiano y digerible el insulto, el rechazo violento por cualquier modo, de obra o palabra, y la censura viralizada a esos niveles. O sea, cualquiera de las miles de miserias y memeces que inundan el mundo digital. Y ello en una fase de su maduración especialmente sensible y crítica, en la que se encuentran claramente desprotegidos intelectual y moralmente.
Insisto en que no confío en los resultados de la ley porque no estoy ciego. Porque hay precedentes de lo que ha pasado en Estados Unidos con medidas semejantes. Nada. Y porque desde hace muchos años llevo leyendo ensayos que alertan, sin ningún efecto, sobre los tremendos perjuicios de muchas de las normas de conducta que extienden internet, los móviles y las redes sociales.
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En 2010 leí casi de corrido, con bastante susto por cierto, el libro 'Superficiales', de Nicholas Carr. No cabe duda de que todo lo que decía y temía el autor por aquel entonces se cumple hoy, que incluso han empeorado sus más pesimistas presagios. Poco después, en 2013, cayó en mis manos 'Demencia digital', de Manfred Spitzer. El título lo dice todo. Hay mucha literatura. En fin, largas estanterías repletas de estudios que demuestran que los niños no deberían usar como lo hacen las nuevas tecnologías. Ahora me extenderé con el último que he podido manejar, pero sucede lo mismo, no hay manera. Lo hacen. Lo permitimos. No los gobiernos, sus padres, la sociedad entera. Y es una pena.
Jonathan Haidt, psicólogo social y profesor de la Universidad de Nueva York, acaba de publicar en España un libro, 'La generación ansiosa', que resume y detalla todos los perjuicios evidentes que desencadena el abuso de las redes sociales en la infancia. Ofrece cuatro reformas: nada de móviles antes de los 14, nada de redes antes de los 16, nada de móviles en los colegios y más independencia, juego libre y responsabilidad en el mundo real.
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En una entrevista reciente, Haidt explicaba con un par de frases (el ensayo es mucho más rico, contiene 340 páginas el alto valor científico y documental) su tesis. La primera es esta: «A los humanos nos encantan las historias, vivimos dentro de historias. Nuestros antepasados han contado historias desde que se inventó el lenguaje. Y las historias son buenas. Si ves una película con tu hijo, eso es genial. La televisión está hecha básicamente de historias. Con moderación es algo muy bueno. Pero cuando le das a tu hijo un iPhone o un iPad, no va a ver películas. Podría hacerlo, pero no lo hace. Hace 50 cosas diferentes al mismo tiempo, moviéndose de una a otra. Las aplicaciones están diseñadas para engancharlos».
Y la segunda, que debería servir para que lanzáramos por la ventana todas las consolas de videojuegos, sobre todo los gratuitos en línea, que no dejan de ser juegos de azar tan adictivos como el blackjack: «Somos animales, somos mamíferos. Somos criaturas con una historia evolutiva muy particular. Para pasar de la infancia a la edad adulta se recorre un camino increíble. Requiere millones y millones de experiencias, mucha prueba y error. Incluye correr y trepar, luchar y abrazar, sonreír, llorar... Piensa cómo eran las cosas cuando tenías siete, ocho o nueve años. ¿Recuerdas haber puesto tu brazo alrededor de un amigo? ¿Recuerdas pelear con tus amigos? Mira cómo juegan los chimpancés. Mira cómo juegan los bonobos. Es parte esencial de ser un primate. Nos encanta tocarnos. Todos los primates se manosean, revisan el pelaje del otro. Es un proceso muy físico y social que tiene efectos hormonales en el cerebro. Cuando se junta un pequeño grupo de niños, bromean entre ellos, se molestan, traman cosas, se pelean, se ríen. No es solo una cuestión física, sino social. Ahora intenta hacer crecer a esos niños sin experiencias físicas y déjales que se comuniquen mirando pantallas. No hay risa compartida, no hay contacto. No hay abrazos. No hay peleas. Lo que te queda de la socialización es solo la información. Y la información es una pequeña parte del proceso».
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También por eso no es lo mismo informarse en redes que en un medio de información profesional, en un periódico por ejemplo. Ni tampoco es lo mismo hacerlo con cuatro clicks en un entorno de plena dispersión que leyendo artículos reposados y con atención.
En nuestro editorial del jueves decíamos que la ley por sí sola no servirá de nada, es la responsabilidad colectiva de las familias la que puede activar los cambios. Ojalá.
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