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La ruptura de los acuerdos de legislatura de PP y Vox y la posterior salida, voluntaria o forzada, de varios altos cargos de las instituciones de las comunidades afectadas, principalmente de Castilla y León, obliga a que ambos partidos tabulen bien los próximos pasos, la ... estrategia política de cara a las próximas elecciones y sus consecuencias.
Aquí, en la Asunción, sede de la Junta, se vive con lógico entusiasmo la renuncia de Vox a gobernar. Digamos que es como si al presidente, Alfonso Fernández Mañueco, le hubiese tocado en una mano de póker la escalera de color. De picas no, de trébol. Muy mal lo tiene que hacer para que dentro de los meses que sean, en fecha prevista o con algo de adelanto, las urnas no le refuercen, incluso hasta la absoluta, como jefe del Ejecutivo autonómico.
Mañueco tiene argumentos, los que quiera, para anticipar la cita electoral. Y los tiene, probablemente más, para llevar a término la undécima legislatura. En Vox seguro que querrían lo primero. No sé si en el PSOE también. Del PSOE nada se sabe. Pero tiene pinta de que un periodo de casi dos años de gobierno monocolor, de mayoría absoluta en la práctica, parece más propicia que la precipitación. ¿Que no salen los presupuestos? En favor de la estabilidad, el PP resiste. ¿Que no salen otras iniciativas legislativas? Buen argumento para pedir a los castellanos y leoneses un gobierno fuerte, sólido, sin los experimentos de la ultraderecha que traen estos sobresaltos…
Solo se me ocurre un aspecto con el que el presidente y su equipo deberían manejarse con cuidado y es el del hueco que dejen a esa bolsa de decepcionados que ha podido percibir en el movimiento de Vox una negligencia, una torpeza o una renuncia futura a asumir la difícil tarea de gobernar desde posiciones que, en todo caso, serían siempre minoritarias. Por eso, dado que Mañueco es responsable, indirecto, condenado a ello, vale, pero responsable al fin y al cabo, de todo lo que se ha hecho los últimos años contra el diálogo social o en el contexto de la memoria histórica, por ejemplo, ahora tiene la oportunidad de atraer o acoger a una parte del electorado que en su momento se fue a por la papeleta de Abascal o Juan García Gallardo. Precisamente modulando con sentido la transición. Si lo hace exagerando mucho la ruptura, podría evidenciar de nuevo para mucha gente la necesidad de una fuerza que corrija las 'cobardías' del PP. Ni te cuento el problemón de que algo así se desagüe por opciones tipo Se acabó la fiesta y demás estrambotes…
¿Qué sucederá en Vox? Pues Vox debe entender fundamentalmente una cosa, que de la soltería se puede pasar al matrimonio, pero no al revés. De un matrimonio se sale viudo, divorciado o separado, pero nunca soltero. O casi nunca, toda vez que las nulidades son muy excepcionales. Por tanto, Vox, al renunciar a las responsabilidades de gobierno, que es lo que quedará a la postre (no el motivo, peregrino en todo caso, incomprensible para muchos de los suyos incluso), deberá calibrar muy bien cuál será su papel de auto oposición, de oposición a un gobierno que no ha querido compartir o de alternativa ideológica que no quiere ocupar responsabilidades en ningún ejecutivo. Al menos con ninguno autonómico.
Vox solo tiene una baza: Madrid, Feijóo, la Moncloa. Abascal, en un momento dado, podría convertirse en llave de un gobierno del PP. Pero en tal caso, me atrevería a decir que será difícil que esa cuña con la que calzar la mesa no la encuentre el gallego en otras fuerzas, nacionalistas o no, teniendo en cuenta cómo evolucionan los resultados electorales. De hecho, el gran problema de esta espantada (que no sé si se calculó bien en la sede de la calle Bambú) es que todo esto tendrá un efecto directo en las posibilidades a corto o medio plazo de que Vox sea decisivo en la gobernabilidad del país. No solo por la aparición de Se acabó la fiesta, también por sus propios méritos.
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