En unas semanas, Alberto Núñez Feijóo, líder del PP y que ganó las elecciones del 23 de julio, se someterá en el Congreso al proceso de investidura previsto para ser elegido presidente del Gobierno. Necesitará 176 votos en primera votación o una mayoría simple ... en segunda. Él sabe, su partido sabe, toda España sabe que, al 99,99%, ese intento fracasará. En ese momento, se abrirá un periodo de dos meses para que el Rey proponga y sea investido ese mismo, en segunda vuelta, u otro candidato. Si tal cosa no sucede, se activará la disolución de las cámaras y en enero viviremos una repetición de las elecciones.
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Se están publicando decenas de opiniones de todo tipo sobre el momento político presente. Sobre si Felipe VI acertó designando a Feijóo, sobre si el ganador debe someterse a la investidura, sobre si debería hacerlo Sánchez, que ha logrado la presidencia del Congreso y ha mostrado cómo puede negociar y sumar una mayoría absoluta, etcétera. De todo lo leído, de lo más interesante que encontré no ha sido una opinión ni un análisis, sino una entrevista en El Confidencial de Javier Caraballo a Xosé Luis Barreiro, exvicepresidente de la Xunta, autor del ensayo biográfico 'A propósito de Feijóo'. Dice Barreiro: «El error de Feijóo es el de practicar una política de partido en un momento en que lo fundamental es la política de bloques. En el otro lado, este concepto está muy claro desde mucho antes de la campaña electoral: Pedro Sánchez sabe que estamos en una política de bloques y ha construido toda su estrategia sobre esa certeza».
En efecto. Hace ya muchos años que la política en España es un juego no de partidos, sino de 'bibloquismo', como acuña en sus jugosos textos el consultor político Ignacio Varela. Por eso el 23 de julio por la noche todo el mundo supo que podría haber nueva presidencia de Pedro Sánchez o repetición de elecciones, pero en ningún caso habría opción de que el bloque PP-Vox armara una mayoría suficiente para gobernar.
Entonces, ¿por qué Feijóo se somete a una investidura que sabe fallida de antemano? Toda vez que, conocida la pretensión de Sánchez, que sí quería intentarlo, más aún con el aval de lo sucedido en la formación de la Mesa del Congreso, el gallego pudo hacer lo que el 29 de julio un servidor ya anticipaba en un artículo como este: apartarse de un tablero en el que solo podía perder y prepararse para una difícil legislatura en la oposición. No vale explicar su decisión porque ganó las elecciones. Porque ganar las elecciones, que se lo digan a Óscar Puente, a Fernández Vara o a Tudanca, no sirve de nada en nuestro modelo de democracia representativa, en la que los gobiernos los forman los cargos electos, no los ciudadanos con sus votos. Tampoco vale que porque así arranca el plazo de la repetición electoral, pues el PSOE también lo hubiese arrancado. Ni porque lo merece. Ni para dar voz a once millones de españoles, que ya se expresaron en las urnas. Esos once y otros trece millones y medio más que no votaron ni a PP ni a Vox. Ni porque, como defendió Cuca Gamarra esta semana, «los 172 escaños que apoyan a Feijóo son una grandísima mayoría social». No son una mayoría social, son un número de diputados insuficientes frente al resto de los 350 que componen el Congreso.
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Esa es la realidad, de implacable matemática. El PP necesita 4 escaños del PSOE, de Sumar, de Junts, de PNV, de Bildu, de BNG o de ERC. No conseguirá ninguno porque el PP son 137 y necesita apoyarse en los 33 de Vox. ¿Y qué es Vox? Un partido que, con o sin razones de peso, ninguno de los partidos que podrían aportar esos 4 votos querría tener de compañero político. Vox es un partido que se ha creado un gran cordón sanitario con sus postulados más radicales y su ideología, que entre otras cosas rechaza, desprecia y trata de acabar no solo con las esencias independentistas de Junts, PNV, Bildu y ERC, sino directamente con la España de las autonomías.
Así las cosas, sigo sin encontrar un argumento de peso que justifique las semanas de polémica, debates y líos que va a vivir el PP. Porque no se puede, es imposible y además incompatible negociar con Junts o PNV y con Vox al mismo tiempo, por mucho que Abascal haya dicho que regala (que no se lo cree ni él) sus escaños con tal de que no gobierne Sánchez. ¿A costa incluso de desaparecer porque con su aval se ampliase el cupo vasco o se concediera otro privilegio más a Cataluña, del tipo que fuese? Ya han surgido voces en el PP catalán pidiendo a sus mandos que expliquen mejor eso de que Junts es un partido con el que se puede negociar. Líos, diría Rajoy. La ruptura de PP y Vox en Murcia la tenemos, por cierto, a la vuelta de la esquina. Más líos. Y porque Junts, PNV, ERC y Bildu saben que una repetición electoral difícilmente les va a reportar mejores resultados ni mayor capacidad de negociación con un Pedro Sánchez que ha demostrado sobradamente cómo es capaz de cambiar el Código Penal para contentar a los secesionistas procesados.
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Hay quien sostiene que la estrategia de Feijóo se propone recomponer su liderazgo, corregir errores de la campaña. Pero una investidura no sirve para eso. Como una moción no servía para lo que sirvió la de Tamames. Y la realidad es que después del día 27 Feijóo saldrá nuevamente derrotado, veremos si negado incluso por Vox. Sería como recomponer un castillo de arena… Hay quien sostiene que Feijóo quiere abrir grietas en PNV y Junts para que tampoco apoyen al PSOE y, por tanto, se precipite una repetición electoral. ¿Ante un líder como Pedro Sánchez, que se ha mostrado implacable en sus tácticas; que, a diferencia de otros, comete muy pocos errores; que domina y aprovecha su papel de presidente como nadie; y que de llegarse a esa circunstancia defendería que no sale elegido y hay que volver a votar porque no cede a las pretensiones de catalanes y vascos y es el máximo defensor del orden constitucional? Pero es que, por lo demás, ¿a PNV o a Junts les interesa una repetición que pudiese hacerles menos relevantes por un avance del PSOE o, peor aún para ellos, si PP y Vox terminan por sumar una mayoría absoluta?
No es fácil adivinar qué sucederá las próximas semanas ni qué nuevos mensajes ni argumentos se abrirán paso en el debate político, pero, a día de hoy, como el 23 de julio, todo indica que Sánchez será de nuevo presidente, que el PP debe aclarar su relación con Vox, el gran derrotado, y que todo lo demás son toreos de salón, juegos de palabras, esperanzas vanas de los ganadores derrotados y sonrisas cínicas de quienes se saben de nuevo asentados en el poder.
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