DIBUJO OBRA DE MUSKUPAPI

La inteligencia política sí que es sintética

Carta del director ·

«Todo en esta vida es sometido a un test de máximos rendimientos y extrema eficiencia, todo responde a deseos individuales, no colectivos, y queda sujeto al juicio sumarísimo de esquemas binarios: tuyo o mío, negro o blanco, vivo o muerto, bueno o malo, aliado o enemigo, útil o prescindible, rentable o ruinoso…»

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 9 de febrero 2025, 08:43

Una viñeta de humor de la revista The New Yorker, obra de Barbara Smaller, muestra a una pareja en el salón de una casa. Él con cara seria, las manos en los bolsillos, mudo, jersey de rayas, barriguilla burguesa y gesto mustio. Ella con un ... abrigo colgado del brazo, el bolso de un hombro y la maleta al lado. Se marcha. Le explica su decisión: «Tú satisfaces mis necesidades, pero estoy buscando a alguien que se anticipe a ellas».

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La ironía de la escena expresa el clima social de insatisfacción, frustración e insuficiencia que nos rodea en todos los órdenes. Y es un aperitivo de lo que, muy probablemente, nos acabe trayendo la generalización de la inteligencia artificial, una tecnología con ciertas dotes adivinatorias que se va aproximando a la infalibilidad, que hace mejor que las personas miles de tareas, que ya está cambiando el mundo a una velocidad de vértigo, pero que, sobre todo, en pocos años lo transformará en otra cosa muy diferente a la actual. Al menos nuestro mundo desarrollado. Y ello, al margen de que nos venga bien o mal, de que nos guste mucho o poco, de que nos haga mejores o peores. Nos adaptemos o no a sus exigentes desafíos. La IA va a decirnos muy pronto qué queremos, qué necesitamos, qué nos apetece y qué nos va a pasar mucho antes de que lo queramos, necesitemos, deseemos o nos suceda. Menudo aburrimiento.

Ocurrirá así porque, como apunta Mustafá Suleyman, fundador de varias compañías punteras del sector, como Deepmind, «los inventos no pueden desinventarse o bloquearse indefinidamente, igual que el conocimiento no puede desaprenderse ni evitar que se extienda». Y este de la inteligencia artificial, aplicado a cosas menores de nuestro día a día o en ámbitos de híper especialización como la biotecnología y la genética, es sin duda uno de los más importantes de la historia. Y por tanto, aplastante. Así lo dice en su libro 'La ola que viene', uno de los mejores ensayos que he leído sobre la materia y cuya lectura recomiendo a cualquier persona con una esperanza de vida superior a cinco años…

Los nuevos tiempos

El humor de Smaller en esa escena también refleja un aspecto temible de los nuevos tiempos, del que la política se ha contagiado, además, con inusitada rapidez. Todo en esta vida es sometido a un test de máximos rendimientos y extrema eficiencia, todo responde a deseos individuales, no colectivos, y queda sujeto al juicio sumarísimo de esquemas binarios: tuyo o mío, negro o blanco, vivo o muerto, bueno o malo, aliado o enemigo, útil o prescindible, rentable o ruinoso… En ese puchero de antagonismos y contradicciones hay que enmarcar la salida de Argentina y Estados Unidos de la OMS, que en Vox solo se pueda ser abascalista o nada, que en España las primarias de todos los partidos acostumbren a ser de candidato único, la guerra de aranceles abierta por Trump, su deseo de expulsar a todos los ilegales o rebautizar el Golfo de México como Golfo de América, el disparatado plan para convertir la franja de Gaza en una especie de Punta Cana, que dé lo mismo no tener ni negociar siquiera unos presupuestos públicos, como se defiende en España y varias comunidades, entre ellas Castilla y León, que el soterramiento de la vía del tren en Valladolid sea primero bueno y posible, luego bueno e imposible, luego imposible y cuestionable, más tarde deseable e imposible y ahora otra vez bueno y veremos a ver si posible o qué. Y en el mismo puchero hay que enmarcar, en fin, la barbaridad o capricho o majadería de que un gobierno de coalición y de izquierdas tenga el cuajo de proponer la reducción de la jornada laboral, el aumento del salario mínimo y, al menos una parte de él, la exención de tributar por ese aumento en el impuesto más progresivo y justo de cuantos tenemos en España, el de la renta. ¿Es que nadie va a pararse un minuto a escuchar a otros, a ponerle sentido y medida al rabioso presente con una pizca de cordura? ¿Nadie?

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Cuanto más conozco de las nuevas tecnologías y sus poderes redentores y taumatúrgicos, más echo de menos las dudas propias de la pobreza o la debilidad, la clemencia y el perdón como respuesta a muchos problemas, el error consentido, la sinrazón de lo bello, la libertad de ceder, pactar y perder a sabiendas, el amor porque sí, para nada y pese a todo, el arraigo, la piel y el temblor… Es decir, todo aquello que, como un color indefinido, un verbo equívoco o la risa tonta, nos hace incomprensibles, infinitos, inimitables y únicos. Capaces de crear, a diferencia de esas inteligencias sintéticas con que, por cierto, se empeñan muchos políticos en obligarnos, ni siquiera convencernos, el blanco roto, las victorias pírricas, la ternura, la inocencia o un hogar en medio de edificios destruidos, bombardeos y escombros…

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