Como anticipaba la semana pasada en mi carta, del bochornoso 'punto y aparte' tras el sainete presidencial y sus cinco días de asuntos propios no ... saldremos menos, sino más, mucho más polarizados como sociedad. El debate público se va a enrarecer hasta alcanzar niveles de toxicidad inéditos. Y mi pronóstico es que ello no mejorará si cambia el gobierno. Sospecho que a la vuelta de Pedro Sánchez, cuando sea que tal cosa suceda, salvo que invente la eternidad, vendrá un difícil periodo de revanchismo que terminará de rematarnos.
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Sin embargo, sería un error si optamos por la sobreactuación, si convertimos la farsa de la reflexión sobre los bulos, el acoso y el 'lawfare', junto a sus evidentes amenazas de degeneración democrática, en una suerte de precipicio. A ver. Lo que ha hecho Sánchez, fundamentalmente, es hundir más a su partido como marca política, como referente ideológico de la socialdemocracia en España, y situar a sus militantes y simpatizantes en la categoría de fans, yonkis, hooligans… O, simplemente, en la de una especie de frikis entregados a ese personalismo cesarista que, ha quedado constatado, dejará el PSOE como una nevera vacía cuando termine su tiempo. A algunos de ellos les escucho y me recuerdan, inevitablemente, a los minions, esos dibujos animados que solo encuentran su sentido al servicio de un villano.
Nuestra Constitución y la legislación europea son especialmente escrupulosas en su protección de la libertad de prensa. El artículo 20.2 de la Carta Magna prohíbe expresamente cualquier tipo de censura previa. Pero además está la Unión Europea. En octubre de 2022, la Comisión propuso el Reglamento Europeo de Libertad de los Medios de Comunicación, lo que constituyó un paso más para salvaguardar la libertad de los medios de comunicación en la UE. «Su objetivo es establecer salvaguardias para combatir las injerencias políticas en las decisiones editoriales de los proveedores de medios de comunicación tanto públicos como privados, proteger a los periodistas y a sus fuentes y garantizar la libertad y el pluralismo de los medios de comunicación». Así se expresa oficialmente el Ejecutivo europeo. Por tanto, no creo que desde el poder político pueda amordazarse ni limitar un derecho básico y sagrado en democracia como el de expresión o a la información. Coincido con Daniel Gascón, que el jueves decía en su columna de El País: «No hay mucho que se pueda hacer: por la importancia de la libertad de expresión en nuestro ordenamiento jurídico, por la dificultad técnica del asunto y por la debilidad parlamentaria del Gobierno. El objetivo es embarullar, señalar, generar conversación, amedrentar. La regulación de los bulos no es solo un ramalazo antiliberal: es también un bulo».
La mentira y el bulo hunden su semántica no en el error, del que nadie queda libre, sino en la intención. En la mala intención, para ser precisos. Nuestro diccionario lo asemeja a un montón de palabras: engaño, embuste, patraña, habladuría, camelo, infundio, bola, trola, cuento, paparrucha, chisme, rumor, voz, hablilla, filfa. La prensa, los periodistas, los medios de comunicación no manejamos todos esos conceptos. No existe un problema en la profesión relacionado con los bulos. En serio. De hecho, me atrevo a decir que el periodismo en España se ejerce, en términos profesionales, con parámetros de ética, innovación, adaptación, calidad y rigor semejantes a los de cualquier otro oficio que exija una titulación superior: abogados, médicos, arquitectos, ingenieros…
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¿Entonces cuál es el problema? Pues, sinceramente, yo observo muchos más problemas fuera que dentro de los medios de comunicación. Primero, porque de una mano me sobran dedos para contar los políticos que yo haya conocido (y he conocido muchos) que no se hayan querido aprovechar y difundir cualquier bulo que haya surgido, generalmente en internet, que pudiera perjudicar a sus adversarios. Es decir, a Sánchez se le llena la boca al prevenirnos de los bulos y las mentiras, pero olvida que se trata de algo con lo que convive cualquier democracia sin censura que proteja la libertad de expresión. El tema es más viejo que morderse la lengua y nuestro ordenamiento jurídico dispone de herramientas para defendernos de ellos. Hay que usarlas y su esposa o él podrían hacerlo.
El problema no son los periódicos, las radios, los digitales, nativos o forasteros… Ni siquiera sus accionistas. Para eso está el registro mercantil y, nuevamente, la ley. El problema principal, vamos a ser claros y honestos, señor presidente, señores dirigentes políticos de todos los partidos, es que nuestra clase política lleva décadas queriendo eliminar el papel que juegan el periodismo, la crítica, la transparencia y la pluralidad en nuestro debate público. De hecho, escuchando a algunos de ellos en conversaciones privadas, realmente me he preguntado si se creen de verdad esto de la democracia o sólo aquellas de sus facetas que no les incomodan. Porque la prensa está para eso, para incomodar, para controlar, para criticar, para contar lo que alguien no quiere que se cuente. Nunca para adular ni formar parte de estrategias de partido.
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Como eso es así, son los propios dirigentes institucionales, de todos los partidos insisto, también del PSOE, los que han alimentado siempre que han podido la proliferación de bulos, rumores, medias verdades y esos nuevos medios periodísticos cada vez más pequeños, más débiles y dependientes, por tanto, de los recursos procedentes de las propias instituciones. Y más receptivos y dóciles a ese pseudoperiodismo de cartón piedra, sauna y masaje, que tanto les gusta. Más de una vez y de dos he escuchado a altos mandatarios, por ejemplo, decir que no iban a consentir que la competencia acabara dejando en un territorio un solo periódico, un par o tres de radios, un canal autonómico… Necesitan tener medios que hagan lo que ellos quieren, cuando y como ellos quieren.
Pero junto a ello han hecho otra cosa, todos los partidos insisto, sin excepción: concentrar su atención y mensajes en el espacio digital, principalmente de las redes sociales, el gran, enorme, infinito depósito de fango de nuestro tiempo. Sánchez publicó su carta en Equis, lo que antes era Twitter. Pero es que Fernández Mañueco, presidente de la Junta de Castilla y León, se marcó un adelanto electoral del mismo modo, con un tuit a las nueve de la mañana del 20 de diciembre de 2021. Por no hablar de los inmensos esfuerzos que hacen por arrinconar o diluir o convertir en elogio y eco de sus propios comunicados todo aquello que sale en los medios. No se consiente la mínima crítica, no se acepta la pluralidad, es habitual que no se rindan cuentas en comparecencias con preguntas, se batalla constantemente contra la neutralidad mayoritaria de los profesionales de la información. ¿Y ello desde dónde? Sobre todo desde el PSOE y desde el PP, indistintamente, y desde todas las instituciones y presupuestos públicos que controlan. Señor presidente, empiecen por ustedes mismos. Los bulos, las manipulaciones, la polarización, las tensiones y el fango hace mucho que nacen de sus propios gabinetes.
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