![El extraño ángel](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/01/11/oppenheimer1.jpg)
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Lamentaba el miércoles la vicepresidenta Yolanda Díaz, en respuesta al rechazo de Podemos a su decreto sobre la reforma para la protección frente al desempleo, ... que no salió aprobado, que así «no hay manera de gobernar». Debería saber la política gallega que su gobierno, el del PSOE, el de Pedro Sánchez, el de la amnistía, no ha sido construido ni creado ni armado ni concebido ni explicado para gobernar nada, ni una comunidad de vecinos de La Rondilla, sino para conservar el poder. A ver, en la investidura de Sánchez ha importado muy poco la gobernabilidad del país, lo mejor para el país, lo sensato. Solo ha importado lo único: impedir que «las derechas», o sea, todo lo que esté al otro lado del muro, puedan siquiera optar a dirigir las principales instituciones del Estado. No hay día que no se agrande la separación entre bloques políticos o se subraye la fractura sociológica. Y lo que sucede comienza a rayar lo inexplicable. Confieso que me resultan incomprensibles, inalcanzables, las razones que llevan a nuestra dirigencia a tomar las decisiones que toman.
Estos días he leído un libro muy recomendable, 'MANIAC', de Benjamín Labatut, y he visto la película triunfadora en los Globos de Oro, 'Oppenheimer'. Magistrales Cillian Murphy, Robert Downey y Emily Blunt. Ambas obras exploran, desde ángulos distintos, lo irracional e inhumano que puede llegar a ser un enfoque científico puro de la realidad estirado a sus últimas consecuencias. En la cinta, lo mismo que en la novela, se explica la mecánica cuántica. Viendo una de las escenas pensé que, de alguna manera, en nuestro debate político sucede lo que a esa teoría. Le decía el protagonista a un pupilo: ¿qué sabes de mecánica cuántica? Entiendo lo básico, le respondía el alumno. Pues no va bien, siguió el científico que creó la bomba atómica: ¿La luz está compuesta de partículas o de ondas? Según la mecánica cuántica, de las dos. ¿Cómo puede ser? No puede ser, pero lo es. Es paradójico. Sin embargo, funciona.
¿Cómo puede ser que un país acabe gobernado por una coalición de partidos compuesta en parte esencial por organizaciones cuyo principal objetivo es romper ese mismo país? ¿Cómo puede ser, no solo en España, que una parte de la ciudadanía, nada despreciable en tamaño, siga respaldando a políticos que mienten por sistema, de todos los colores, o que, a cambio de seguir pilotando la administración, impulsan iniciativas tan injustas como la ley de amnistía o ponen de rodillas a las instituciones al dictado de prófugos y delincuentes? Hasta hace no tanto, no podía ser. Pero lo es. Y aquí a Sánchez le funciona. Por tanto, nada impide que en el futuro le funcione a otros, da igual la ideología.
Quizás le funciona porque, como explicaba en MANIAC Oskar Morgenstern, uno de los autores de la famosa Teoría de los juegos y del comportamiento económico, «el ser humano puede ser esclavizado por la razón». En este caso, por la razón, la ambición y el sectarismo desmedidos. Esa razón aquí está muy ligada a dicha teoría porque, entre otras cosas, con ella se demostró matemáticamente que siempre hay un curso racional para la acción en los juegos de dos jugadores, «si es que sus intereses (y aquí está la clave) son diametralmente opuestos». Prosigue Morgenstern: «Construimos todo en función de esa prueba y logramos fundar un marco teórico aplicable a casi cualquier tipo de conflicto humano».
En la medida que nuestra realidad política se extrapolariza hasta límites que solo unos pocos años atrás eran inconcebibles, todas las decisiones responden a esa lógica de los polos opuestos. De alguna manera, el modelo equivale al que impidió varias décadas la autodestrucción del planeta bajo una lluvia cruzada de misiles nucleares durante la guerra fría. Los contribuyentes somos meras piezas de un tablero en el que varios jugadores se profesan un odio africano y despliegan todo su talento únicamente para lograr la eliminación del oponente. Eso les funciona. Lo de menos es, pues, qué piezas sacrifican, cuándo ni por qué motivos o con qué consecuencias.
Es desolador enfrentarse al análisis de lo que sucede en el marco de la actualidad institucional sin poder usar conceptos más vagos y moldeables, relacionados con la ética, con la empatía, con la cesión, la generosidad, el consenso, la cordialidad, el encuentro… Todo ello ha sido sustituido por una cruenta batalla de exterminación del contrincante. ¿Qué, si no, explica lo sucedido en Pamplona? O, por situarnos en el otro lado del muro: ¿qué, si no, justifica las campañas electorales basadas casi exclusivamente en el antisanchismo?
En la medida que nuestros referentes públicos y el ecosistema de información digital hoy predominante, tan propicio a la misma dinámica de antagonistas, nos sitúan como actores de un juego de oposición y exclusión permanente, desaparecen los argumentos de la conciliación y el acuerdo. Y el conflicto se perpetúa y acrecienta sin que una gota de luz ilumine de optimismo el futuro.
Morgenstern ofrece en el libro de Labatut un leve consuelo o esperanza: «... la vida es mucho más que un juego. Su verdadera riqueza y complejidad no puede ser capturada con ecuaciones, sin importar cuán hermosas sean. Los seres humanos no son los perfectos jugadores que von Neumann y yo suponíamos. Pueden ser completamente irracionales, pueden verse sacudidos o dominados por sus sentimientos y sufrir todo tipo de contradicciones. Y aunque esto desencadena el caos ingobernable que vemos a nuestro alrededor, también supone una gran misericordia, un extraño ángel que nos protege de los delirios de la razón». Ojalá.
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