Espero que en Valladolid no tengamos que soportar un nuevo debate técnico, esta vez en torno a si los pilotes que sostendrán la nueva estación ... de Campo Grande presentada esta semana son compatibles o no con un posible futuro soterramiento de la vía. Pero no estoy seguro. Ya abrimos el melón de los muros pantalla y la tuneladora meses atrás. Y fue agotador. E inútil.
Este lunes, en el salón de actos de la delegación de Hacienda, durante la exposición del proyecto que hizo el ministro Óscar Puente, sentí bastante tristeza. Cuántas ciudades en España disponen de una estación como la actual de nuestra capital. Muy pocas. ¿Y conectadas como la nuestra con Madrid y el resto de España?, menos aún. Cuántas pueden decir que, en apenas cinco años, del 2019 aquí, se ha elaborado para ellas un proyecto de edificación y mejora de esta envergadura y cuantía, listo para comenzar a ejecutarse en cuanto se adjudique. Cuántas prevén convertirse, con una ramificación para el transporte de mercancías y una previsión de tráfico y viajeros millonaria, en nudo estratégico de transporte ferroviario nacional e internacional. Pues nada, que no, que si no se soterra la vía es como si no se fuesen a invertir esos 250 millones de euros, como si en 2030 no fuésemos a disponer de una infraestructura que será central para nuestra condición de núcleo urbano que complementará en muchos aspectos económicos, empresariales y urbanísticos a la capital del país. ¿Para qué entusiasmarse con un avance envidiable para la ciudad y en cuyo origen participaron además todas las instituciones implicadas y todos los partidos cuando podemos ponernos mohínos, insatisfechos del todo y acomodarnos en un gesto de indignadísima frustración?
Solo con la primera diapositiva que mostró el ministro, la del mapa de España y su red AVE, bastaría para que muchos de los presentes en el acto, miembros activos de la mesa del soterramiento, estuvieran ya reconsiderando su postura. Me refiero a las universidades, a la patronal, a los sindicatos, los comerciantes o la Cámara de Comercio. ¿De verdad todos esos relevantes actores sociales de la ciudad y la provincia creen que, cuando en 2030 o 2032 entre en funcionamiento la alta velocidad hasta País Vasco o se abra el pasante de Atocha que conecte sin trasbordos norte y sur de la península, alguien va a dejar que Valladolid se convierta en un impedimento o un tapón de esa red porque haya que soterrar? No nos van a dejar. (Y aunque nos dejaran, ¿querríamos?) Mucho menos si, como asegura Adif, el soterramiento es incompatible con la nueva estación. ¿La tiraríamos entonces? ¿Justo cuando la hemos terminado de construir? ¿Porque para esas fechas, y ello en el más optimista de los supuestos, se haya comenzado a tramitar un proyecto de soterramiento que todavía no sea más que una declaración de impacto ambiental en potencia? Si la estación tardó más de seis años en pasar de los boletines oficiales a las excavadoras, ¿cuánto podría necesitar una obra de la complejidad de un soterramiento antes de mover un metro cúbico de tierra?
Por qué seguimos entonces atascados en ese proyecto, si la legalidad administrativa, la historia, la lógica, las leyes de la física y la aplastante realidad demuestran cada vez con más contundencia que el soterramiento, da igual quién gobierne en Madrid, la Junta o el consistorio, es una quimera poco menos que imposible. ¿Solo porque el alcalde, Jesús Julio Carnero, se ha empeñado en ello? ¿Solo porque Vox lo apoya? ¿Por la plataforma vecinal? No. En realidad, y volvemos al principio, seguimos ahí en gran medida por las universidades, los comerciantes, la Cámara de Comercio, la patronal, UGT o varios colegios profesionales que, lejos de poner cordura y situarse en un horizonte de posibilidades ciertas, prefieren reunirse en torno a una mesa para soñar. Porque, en puridad, eso es el soterramiento: un deseo, una aspiración, un sueño al que seguramente no deberíamos renunciar, pero que por el momento no tiene ninguna posibilidad de salir adelante y, por tanto, como poco, puede limitar o entorpecer lo que sí es cierto. ¿Mejorable eso que es cierto? Claro. ¿Frustrante? Mucho. ¿Injusto? Muy injusto. Pero se me ocurren no menos de cien ejemplos de proyectos fallidos bastante más injustos en otras tantas ciudades y territorios de España. No hay más que ver cómo se pusieron salmantinos y leoneses al ver la nueva estación de Valladolid.
Valladolid, su ayuntamiento y su alcalde tienen derecho a pedir y protestar, a reclamar todo. Faltaría más. Incluso a fundamentar su propuesta política en un proyecto como el soterramiento. Pero sin interrumpir o entorpecer el pájaro en mano de la integración, la nueva estación y la riqueza que proporcionará durante su construcción y como paso obligado para millones de personas que se desplacen por tren en España. Lo de meter abogados a dilatar plazos no sé si lo van a entender bien la ciudadanía ni, diría incluso, los constructores o empresarios de obra civil... Es política, como digo, y las razones políticas no entienden a veces de argumentos técnicos. Ya hemos asumido que pueda suceder que el lunes se contemple incluso una estación de quita y pon y el miércoles nos gastemos 13.000 euros en un estudio con la Cámara para mejorar la movilidad con Madrid. Lo que me cuesta más es aceptar y comprender que otras voces de la sociedad de la ciudad, con representatividades empresariales, sociales, económicas y académicas participen de esta yenka un tanto paralizante: la nueva estación es un hito rotundo, un logro, se dice, pero seguimos pensando que hay que soterrar a toda costa. Insólito.
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