Las elecciones europeas del domingo pasado trajeron una nueva victoria del PP, un acto de resistencia más del PSOE y a un espontáneo que dio ... la sorpresa (o no): Alvise y su SALF (Se acabó la fiesta), una agrupación de electores con tres escaños que ha puesto nervioso a más de uno.
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Pedro Sánchez aprovechó su primera intervención en el Congreso posterior a los comicios, una sesión de control, para mencionarle expresamente. En el fondo, es un factor más de cohesión electoral en la izquierda frente a todo lo que han definido en Moncloa como fachosfera y fango. Alvise, del que ya pueden leerse un sinfín de análisis y perfiles, es un producto de estos tiempos y se convertirá en el dedo acusador de la 'ultraderechita cobarde'. Todo muy edificante, la verdad. Y, desde algún punto de vista, beneficioso para los intereses del presidente. Por si no bastara con que viene la derecha y la ultraderecha, ahora puede decirse que ya está aquí la extraderecha cafre y agitadora.
Pero no me quiero entretener en todo lo que ya se sabe o puede leerse sobre él, sino en el fenómeno de que un tipo así acabe logrando 800.000 votos desde un grupo de Telegram. Es inspirador un artículo de Ramón González en El Confidencial. En él sostiene que habrá más alvises, también en el espectro ideológico de la izquierda. Lo atribuye a las corrientes culturales y sociales de la globalización digital. Porque la política no produce líderes de modo distinto a como se venden y consumen otros productos y servicios hoy en día. Por eso las viejas estructuras de los partidos tradicionales, aunque mantienen gran parte de su peso y poder, son un coladero cuando alguien con el suficiente carisma y ningún escrúpulo lo hace tan eficaz y resultadista como Alvise.
Llevamos muchos años viendo cómo surgen y desaparecen nuevos flautistas de Hamelin. Pero las mismas condiciones que los hacen posibles son las que los hacen también cada vez más efímeros o caducos. No tanto porque lo hagan mal o cometan errores, sino porque los que les eligen se aburren de ellos tan rápido como de unas zapatillas o unas gafas de sol. El híperconsumismo de usar y tirar, repartidor de Glovo y pago en dos clicks lo alcanza todo, también el mercado electoral. Recordemos que todo lo que se consigue en Internet está sujeto a una máxima, que en Internet nunca se ha conseguido nada del todo ni mucho menos para siempre. Con lo cual, no confío en que personajes como Alvise, salgan los que salgan, duren demasiado. Se verán sometidos a la máquina de picar carne que es la red.
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Por otro lado, suelen ser figuras que están mucho más cómodos en el ecosistema virtual que en el real. A Vox le ha pasado algo de esto. Montar un grupo de Telegram, ciscarse en lo más granado y prometer una cárcel tan grande como toda la provincia de Palencia para meter en ella a los mangantes y facinerosos del país suena ideal. Especialmente cuando al otro lado solo hay seguidores de Telegram que hacen scroll, te dan un me gusta y lo pasan bien sintiéndose el látigo de los poderosos y los malvados. La cosa cambia cuando abandonas el anonimato, tú empiezas a ser el observado, no al revés, y, no menos importante, cuando te tienes que sentar al lado de otro montón de tipos tan cafres como tú.
Y por último: una cosa es la política y las campañas electorales, los mítines, las redes sociales, los memes o los influencers de Instagram y el famoseo. Ahí puedes echar mano de AliExpress y Shein. Otra muy diferente es el gobierno de la cosa pública, que es para lo que se crean partidos, candidatos, programas, etcétera. Incluso diría más: algo que puede funcionar en unas europeas con distrito único nacional y 61 cargos electos se convierte en una proeza casi imposible en el marco de unas nacionales, autonómicas y, ni qué decir, en el de unas municipales. Ahí el grado de exposición es mucho mayor y, en España al menos, las cuentas no son tan claras cuando debes armar una candidatura para una ciudad de cien mil habitantes, por ejemplo. Esto lo saben los partidos, inquietos solo porque tipos como Alvise restan a veces el porcentaje mínimo necesario para desempatar.
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Nada de esto ocurriría si no fuesen los principales partidos, PP y PSOE, los que desde hace muchos lustros llevan empeñados con sus mediocridades, populismos y corrupciones en propiciar la aparición de estos nuevos actores políticos. Feijóo animó a los suyos esta semana a trabajar más en las redes sociales. No sé si es la estrategia adecuada, allá ellos.
La separación cada vez mayor entre la política y la administración de lo público a través de las instituciones y los poderes del Estado solo abunda en el descrédito de nuestra dirigencia, en una creciente incredulidad de la ciudadanía, en la inacción crónica y, por tanto, en que los que de verdad mandan, las grandes multinacionales planetarias que controlan las redes, la inteligencia artificial, los avances tecnológicos o los principales flujos de inversión financiera, cada día decidan más sobre nuestras vidas sin que nuestros representantes políticos puedan hacer nada.
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