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El primer secretario del PSC y candidato a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa. EFE
Opinión

Buenas noticias de Cataluña

¿En qué medida todo lo sucedido en las elecciones al Parlament es una buena noticia para el resto del país, para los castellanos y leoneses en particular?

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 19 de mayo 2024, 00:45

Da la sensación de que nadie ha quedado contento del todo con los resultados de las últimas elecciones en Cataluña. Las ha ganado el PSC de Salvador Illa ... , vale, pero el PSOE se ha cansado de defender que gana quien gobierna y eso aún no está del todo claro. Nadie se atreve a pronosticar, al cien por cien, que Illa será el próximo president.

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Y ello es así porque el número de factores que intervienen en ese último paso, el de la investidura, es enorme. Hay por medio unas elecciones europeas, hay un cruce constante de intereses entre la gobernabilidad del país y esa comunidad autónoma, está el efecto dramático de todo lo que supone la radicalidad de Puigdemont, la debilidad de Sumar y Unidas Podemos… Depender, en definitiva, de la decisión que adopte un partido como ERC que está en manos de una prófuga afincada en Ginebra como Rovira, un expresidente dimitido de la política como Aragonés y un iluminado, Junqueras, que cesa en diferido y no se sabe si va a aplicarle a su formación una dosis de resistencia al estilo Sánchez es lo más parecido a una ruleta rusa.

El resumen de Pau Luque (investigador en filosofía del derecho en la UNAM) de este pasado viernes en El País es quizás lo más sintético y clarificador de entre todo lo que he leído los últimos días sobre este momento electoral: «Si el 12 de mayo sirve para hacer balance de los últimos diez años, el del independentismo es desolador. Ha acabado con el apoyo transversal a las causas que lo justifican. No ha conseguido la independencia. Ha destruido el prestigio de las instituciones del autogobierno. Y ha alumbrado, como fruto de su fracaso pero también de su éxito, Aliança Catalana, la extrema derecha independentista. Este partido atraerá cada vez a más independentistas, seducidos por la idea de lo que su líder, Sílvia Orriols, llama 'la Cataluña occidental', es decir, una Cataluña sin árabes (y sin españoles). Y todo el meticuloso trabajo hecho internacionalmente, consistente en no dejar que el independentismo catalán se viera asociado con el equivalente local de la ultraderecha xenófoba y nacionalista, se irá al traste. El consenso acerca de la lengua y la cultura es historia, la independencia se ha convertido en una idea lunática para gente que alguna vez había creído en ella y 'la Cataluña occidental' resonará en toda Europa».

Fernando Ónega atinaba también en La Vanguardia, el mismo día: «En resumen: independentismo herido, pero no muerto; propensión a pasotismo, en parte atribuible al cansancio por la esterilidad del esfuerzo previo; tendencia a disminuir la gravedad de diagnósticos anteriores y ansia de normalidad que no dependerá solo del activismo soberanista, sino también de la capacidad de Madrid para entender el hecho diferencial catalán. Suena todo a un levísimo cambio de ciclo que solo un detalle podría averiar: convertir a Catalunya en puro campo de batalla para el poder estatal».

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Dicho lo cual, cualquier ciudadano sensato de este país, por supuesto de Castilla y León, de Valladolid, Segovia, Palencia o León, debería celebrar que los catalanes hayan decidido lo que decidieron el domingo pasado. Porque, asumiendo que ha sido consecuencia de las políticas de ibuprofeno y paracetamol de Pedro Sánchez, por supuesto, y a pesar de su coste en términos de rendición democrática, hablo de la amnistía, pero también debido a la aplicación del 155 y del juicio en el Supremo y de las decisiones del juez Llarena, lo cierto es que el secesionismo no tiene ni de lejos el respaldo que tenía. Distinto es qué lectura hagan los secesionistas de las causas de su declive y cómo reaccionen, con qué grado de agresividad política. Por eso creo que, igual que nunca el PSOE debió dar por muerto políticamente a Sánchez, nadie debería dar por superado el famoso 'procés'.

¿En qué medida todo lo anterior es una buena noticia para el resto del país, para los castellanos y leoneses en particular? Pues lo es, desde mi punto de vista, por dos cosas básicamente. Por un lado, porque cuando gobierne Illa, yo creo que pronto a pesar de todos los imponderables, dado que una repetición de elecciones es una quimera porque seguramente ahondaría el hundimiento de ERC y animaría aún más el voto radical de extrema derecha independentista, Cataluña volverá al cauce institucional del Estado. Lo hará después de estas elecciones o después de unas repetidas, no me cabe duda. Por tanto, cuando sea llamado al Senado, el exministro de Sanidad no intervendrá como lo hiciera Aragonés, con desafíos y pulsos rupturistas. Por tanto también, cuando sea convocada la conferencia de presidentes, acudirá en representación de una comunidad autónoma más. La normalidad institucional es un activo en sí mismo en cualquier democracia. Como lo es la seguridad jurídica o la alternancia en el poder.

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Y por otro lado, lo es porque despeja el camino a una renegociación del sistema de financiación autonómica, bloqueado precisamente, o muy principalmente, por los deseos de bilateralidad catalanes y, más en concreto en las últimas fechas, por la demanda insostenible de un tercer concierto económico en aquella comunidad autónoma, que se sumaría a los de País Vasco y Navarra. Con Salvador Illa en la Plaza de San Jaume y Pedro Sánchez en Moncloa, este importante asunto debería reactivarse cuanto antes. Porque afecta a la prestación de servicios básicos de todos los ciudadanos del país y, de manera especial, a los de aquellos que viven en zonas más modestas, despobladas, desconectadas…

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