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Pedro Almodóvar, rodeado de actrices que han participado en sus películas durante la gala de los Premios Goya celebrada en Valladolid. Reuters
Un aplauso a los académicos del cine
La carta del director

Un aplauso a los académicos del cine

«Los organizadores de los Goya son unos artistas en todos los sentidos de la expresión. Por ejemplo, para unas cosas son cultura y para otras son industria… Depende»

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 11 de febrero 2024, 14:14

«La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, creada el 8 de enero de 1986, es una asociación de carácter no lucrativo de profesionales dedicados a las distintas especialidades de la creación cinematográfica, con personalidad jurídica propia, constituida con carácter indefinido, y regida por los principios de democracia, pluralismo, transparencia y participación». Así reza el primer artículo de los estatutos de la entidad organizadora de los Premios Goya, que este sábado celebraron el Valladolid su 38 edición. La academia es, por tanto, una asociación profesional. Como la de registradores (APR), la de autónomos (ATA), la de cabos de la Guardia Civil (APC-GC) o la de artesanos de Aragón (Artearagón).

Sin embargo, ninguna llega al virtuosismo de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. Los organizadores de los Goya son unos artistas en todos los sentidos de la expresión. Por ejemplo, para unas cosas son cultura y para otras son industria… Depende. Son cultura y por eso pueden opinar de todo y de todo saben, sobre todo de la política que les conviene en cada momento. Tenemos el país colapsado por la protesta de los agricultores, pero no importa. O estamos sometiendo nuestras leyes al dictado de un prófugo de la Justicia, pero tampoco importa. Si, como el año pasado, hay que meterse con las compañías eléctricas porque ponen molinos de viento, vale, porque eso sí importa. Y son industria porque también defienden un sector entero en el que conviven guionistas, actores y cineastas que pasarán a la historia, aunque junto a jefes o directores (porque los curritos sin más no pueden ser miembros de la academia) de maquillaje, peluquería, montaje, fotografía, compositores, etcétera. Eso en su mayoría son oficios, no más, cuando menos, que los de los artesanos de Aragón.

Todo lo anterior explica por qué, cuando la Academia organiza los Goya, lo hace como cuando la Sociedad Española de Oftalmología organiza su congreso anual, que este año precisamente cumple su centenario: como le da la gana. Siempre que haya alguien que se lo pague: marcas, instituciones o, habitualmente en los congresos médicos, farmacéuticas y los propios profesionales.

Como sucede con otras actividades y eventos en los que se implican las instituciones, llevar la gala a otras ciudades fuera de Madrid reporta beneficios. A nuestros políticos de la periferia les encanta un photocall y eso de verse al lado de Penélope Cruz, Sigourney Weaver, Bayona o Coronado mola todo. El público local importa relativamente. Ni qué decir la prensa de provincias, a la que la Academia trata con soberbia desmedida desde el pedestal que les otorga el pastizal que recibe de las instituciones. En el fondo creen que todos somos unos apesebrados y como tales nos tratan…

Así que la noche del sábado dieron otra lección de cómo aprovechar el contexto, de cómo seguir defendiendo que el mundo del cine es algo así como lo más importante del mundo mundial y que sin el cine no hay vida ni justicia ni democracia ni ecología ni cultura ni igualdad ni paz en el planeta… Y dieron otra lección de cómo dejar a los paganos principales de la fiesta, Ayuntamiento y Junta, con dos palmos de narices. Salió Gallardo, nuestro vicepresidente, a meterse con los que calificó «señoritos que reciben subvenciones por películas que no ve nadie» y ahí estuvo Pedro Almodóvar para responderle que ellos en eso son industria porque también generan riqueza, empleo, impuestos… Claro. Y los oftalmólogos. Y los artesanos aragoneses. Volvió de paso a recordarse con ello, y a quedar clarísimo, que hay que hacer cualquier cosa, cualquiera, para que no gobierne la fachosfera. ¿Y qué es eso de la fachosfera? Lo que diga Óscar Puente. O en su defecto, esa cosa informe compuesta por personas que opinan algo distinto a lo que hay que opinar. Básicamente. Este año tocaba Gaza.

Lo más alucinante, no obstante, y por lo que la Academia merece un aplauso cerrado, sonoro, rotundo y larguísimo de cualquiera que haya intentado implicar a cualquier administración en España en alguna de sus actividades, profesionales o no, es que los Goya los sufragaron, entre otros, el Ayuntamiento de Valladolid y Tierra de Sabor, que depende de la Consejería de Agricultura, de Vox. Pero oiga, y aquí viene el prodigio: ni Mañueco ni Carnero ni Gallardo se acercaron siquiera a las primeras filas del patio de butacas. ¿Cómo lo consintieron sus asesores de protocolo? Porque tienen unos cuantos… Es más, ninguno intervino en el acto, más allá de alguna declaración en la alfombra rosa de la entrada.

Eso es lo inaudito. A ver, es una gesta equiparable a cuando consigues que un adolescente recoja su cuarto y haga su cama sin que medien diez o veinte «ya voy» antes de lograrlo. Una proeza. Heroico. Si la Junta o el Ayuntamiento pusieran mil pavos en el próximo congreso nacional de oftalmología de septiembre, por descontado que el consejero de Salud presidiría su inauguración y, con toda probabilidad, abriría o cerraría el programa de sesiones y conferencias con una intervención de no menos de 15 minutos.

Cierro con un párrafo de Alberto Omos en El Confidencial: «La gala era en Valladolid como podía haber sido en casa de Pedro Almodóvar: no se notaba nada. Quizá decidieron hacer el evento en la capital castellana para que nadie se moleste nunca en ir allí. Cuando fue en Sevilla, el año pasado, se promocionó la ciudad con un largo publirreportaje, y se vieron actuaciones musicales casi íntegramente andaluzas. En esta 38ª edición, no había nada ni remotamente vallisoletano, ni tan siquiera castellano. Castilla sólo estaba a los pies del cine español, produciendo cereal e impuestos». ¡Qué exagerado! Pero si se homenajeó a Concha Velasco

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