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Juan Manuel Moreno Bonilla, que frivolizó con que las elecciones andaluzas pudieran ser un sábado o un viernes –por qué no, se preguntaba a sí mismo jugando a las adivinanzas– las ha convocado finalmente para el domingo 19 de junio. Leve y esperado adelanto para ... aprovechar el viento a favor. Todo calculado después de la defenestración de Casado y cuando el efecto rebote de Núñez Feijóo empieza a percibirse. Nada que ver con lo sucedido en Castilla y León. Como nada que ver tiene Moreno Bonilla con Fernández Mañueco. Si Mañueco fue un títere en la absurda jugada que supuso el recambio en su gobierno de Ciudadanos por Vox, Bonilla es aliado de Feijóo en su llamada a las urnas.
Tampoco se parece la relación de Bonilla con Ciudadanos-Andalucía a la del PP con los Ciudadanos de Castilla y León. En realidad, el PP andaluz y Ciudadanos van a vivir una historia parecida a la de Romeo y Julieta. Los Montescos y los Capuletos los obligan a la ruptura de una relación idílica. La contienda electoral hará que los hasta ahora compenetrados socios tengan que mirarse como adversarios cuando realmente comparten aliento y corazón. No hay veneno como lo hubo en las tierras leonesas. No hay traición ni nocturnidad por más que haya riesgos. El principal: que Juanma Moreno se vea obligado a pactar con Vox. No es lo que el líder andaluz desea. Su referente es la Galicia de Feijóo. Libre de ultraderecha. Un reto complicado.
Complicado porque fue en Andalucía donde Vox dio su primer gran salto electoral en España. El descontento social generado en los años previos y la torpe –muy torpe– estrategia de Susana Díaz de darle aliento a Vox con el fin de restarle votos al PP hizo que la propia Díaz se convirtiese en la mayor propagandista de la ultraderecha y que Vox consiguiera un resultado que entonces fue considerado como espectacular y que ahora puede ser verdaderamente inquietante. También lo sería para Moreno Bonilla. No iba a estar tan cómodo como el mutante Mañueco. Alguien que ha demostrado ser capaz de amoldarse a cualquier cosa sin importarle su ideología de plastilina y su flaquísima memoria. El PP malagueño, de donde procede Moreno Bonilla –y, no se olvide, también Elías Bendodo– tienen poco que ver con el sector más rancio de su partido. No en vano de Málaga proceden Celia Villalobos que, sea como fuere, nunca comulgó con el ala más conservadora del PP, y el alcalde de la ciudad, Francisco de la Torre que, aunque puede ser considerado eso que llaman un verso suelto, ha creado escuela y se ha convertido en un político transversal. Algo a lo que aspiran muchos políticos. Incluido Moreno Bonilla, naturalmente.
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