La verdad es que basta con pasar la vista por encima de uno de esos mapas de Andalucía en colores, municipio a municipio, donde se percibe dónde ganó cada uno, y casi está todo dicho. El PP ganó en 567, incluidas las ocho capitales; el ... PSOE en 205, y quedan 13 a repartir entre todos los demás. Se mire como se mire, el resultado es espectacular, porque seguramente no tiene precedente que un partido gobernante, en las circunstancias en que ahora se gobierna, más que duplique su representación anterior, pasando de 26 a 58 escaños, superando en 3 una mayoría absoluta que ninguna encuesta pronosticó en esos términos.
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Todas apuntaban a una victoria holgada del PP, con la incógnita de cuánto se acercaría a la mayoría y si necesitaría a Vox para gobernar; ninguna, que yo recuerde, aventuró la mayoría realmente obtenida. Así que, teniendo en cuenta la cantidad de perspectivas con que se puede analizar este resultado, haría falta un libro entero, o varios, para detallar una explicación rigurosa. Y ahora solo tengo una página. Así que no hay más remedio que simplificar, con los riesgos que eso tiene; y no excluyo volver sobre el asunto, porque su relevancia no está solo en lo que ha ocurrido, sino también en los efectos que pueda tener en el futuro próximo, con municipales y generales a la vuelta de la esquina.
Por su especial impacto en el resultado, la primera reflexión debe ir dirigida a examinar de dónde procede ese incremento de voto del PP andaluz, que he calificado de espectacular. El aumento de la participación fue poco significativo (del 56,5% en 2018 al 58,3% ahora, en porcentaje sobre el censo; en voto emitido, de 3.700.000 a 3.710.000, en números redondos, unos 10.000 más); aun suponiendo que todo ese aumento hubiera ido al PP, ni de lejos explica su volumen de voto obtenido: 831.000 votos más que en 2018. Así que las procedencias tienen que ser otras y variadas.
Una es bien evidente: prácticamente todo el voto de Ciudadanos, que eran 540.000 en 2018, ha ido al PP; no todo el voto de Ciudadanos procedía antes del PP, pero todo ha ido ahora al PP. Un dato muy a tener en cuenta, porque algo de eso ya pasó en las elecciones de Madrid y en las de aquí, como se recordará. A mí me parece un elemento fundamental.
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Pero todavía no es suficiente explicación. Todos los análisis que se vienen haciendo coinciden, con desigual énfasis, en que un volumen importante de voto de la izquierda ha recalado también en el PP, ya que esta vez no ha aumentado la abstención, como pasó en 2018. El PSOE, en particular, se dejó unos 130.000 votos, que no han ido ni a la abstención, ni a otros grupos más a la izquierda, por lo que todo hace pensar que una buena parte ha podido recalar también en el PP, lo que es verdaderamente llamativo. Es probable, incluso, que la insistencia del discurso electoral del PSOE en la prevención a Vox como aliado inevitable del PP en el futuro Gobierno andaluz haya decantado votos a favor del PP precisamente para librarle de esa alianza.
Y más aún, Vox, muy contenido en sus expectativas, subió unos 100.000 votos, pocos para su previsión, que no parece que provengan del PP, mientras que la suma de las dos izquierdas (Por Andalucía y Adelante Andalucía), separadas y penalizadas, bajó en unos 150.000 votos el resultado que en 2018 tuvo Adelante Andalucía, que por entonces era Podemos, y esos votos tampoco fueron al PSOE. Por lo demás, en Andalucía no hay opciones nacionalistas ni España vaciada, lo que en cierto modo simplifica el análisis.
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En resumidas cuentas, habrá sin duda letra pequeña en estos trasvases de votos de un lado a otro, y viceversa, pero las grandes cifras son esas, y ponen de manifiesto algo que no se había producido en los últimos años, que haya habido trasvase de voto de un bloque a otro, de la izquierda a la derecha principalmente, y no solo de un partido a otro dentro del mismo bloque. Además de contribuir a explicar el acelerón del PP, tal vez sea esto lo más relevante del resultado.
No se olvide que Andalucía es la parte más poblada de España y la que más escaños aporta en las elecciones generales. Tampoco se olvide que allí ha salido rejuvenecido el bipartidismo clásico con pujanza: en 2018 la suma de escaños PSOE-PP fue de 59, frente a 50 de todos los demás; hoy esa suma es 88 frente a 21. Solo que el PP aporta a la suma nada menos que 58 y el PSOE solo 30.
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Si esa era la primera reflexión, la siguiente tiene que ir dirigida precisamente al resultado del PSOE. De la transición para acá tuvo en Andalucía su santuario más venerado y, visto lo ocurrido, es obligado preguntarse por las posibles causas de que por primera vez haya bajado del millón de votos, hasta poco más de 880.000, que es poco más de la mitad del voto del PP, y haya dejado de ser primera fuerza en todas las provincias y capitales, Sevilla incluida.
Cuando pasa algo de eso, las causas tienen que ser varias y serias. Algunas de las que se han invocado (que el candidato tuvo poco tiempo, que la fecha electoral era mala, que la participación no fue alta, etc.) en absoluto explican el resultado. Tiene que haber otras; y me atrevo a distinguir casusas próximas y remotas, particulares y generales, concretas y abstractas. Sin duda que la situación actual, social y económica, la inflación, la escalada de precios, la incertidumbre, etc., habrán influido, pues, aunque es verdad que no eran elecciones generales, en política rara vez hay compartimentos estancos.
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Ocurre también que la percepción de la gestión de las sucesivas crisis y de los problemas derivados se asocia más al Gobierno de la Nación que a las comunidades autónomas, porque todavía la percepción de las competencias respectivas no es suficientemente nítida.
Pero, junto a todo eso, creo que hay causas más generales que han influido, y bastante. Una buena parte de la recomposición del mapa político español ha venido estando relacionada con la atribución del voto que fue de Ciudadanos, una vez que ese grupo decidió suicidarse por no querer cumplir el papel que le hubiera correspondido. Era una bolsa importante de voto en la zona templada. En los procesos electorales que se han celebrado en ese contexto, y con la excepción de Cataluña, que obedece a otras claves, nada de lo que perdió Ciudadanos fue recuperado por el PSOE.
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Ocurrió en Madrid, en Castila y León, ahora en Andalucía, porque en Galicia y Euskadi, donde también hubo elecciones, no había Ciudadanos. Algo quiere decir esto; con frecuencia he manifestado mi impresión de que el PSOE estaba perdiendo 'centralidad', enredado en una coalición y con unos aliados que, además de desasosiego, le han aportado un exceso de frentismo y de radicalidad. Y cuando un partido mayoritario pierde centralidad, deja un vacío que otro aprovecha.
Añado también que algunas actitudes, tan importantes o más que la gestión, han contribuido a cierto déficit de empatía, de humildad y de credibilidad, en contraste con un exceso de suficiencia altiva, de superioridad moral y de triunfalismo, nada favorable cuando se gobierna en el contexto que hemos vivido y aún vivimos. Y será cierto que ninguna elección es extrapolable a otra; como también lo es que todas tienen influencia, sobre todo si marcan tendencia por reiteración.
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