José Luis Rodríguez Zapatero no entiende cómo Europa no valida las elecciones en Venezuela. Esta cosa de no entender es una manera como cualquier otra de ir por el mundo. No entender esto y lo otro. Es cómodo en la medida en la que uno ... no tiene que dar mucha explicación: sencillamente uno no entiende, por lo que sea, y en su no entender no manda nadie, así que uno reina en su estupor constante y casi estético. Lo malo es lo que sí se entiende. Zapatero no comprende a la UE, pero sí al régimen chavista, tanto que anima a los venezolanos a cambiar las cosas «votando», a ver en qué elecciones y con qué garantías.
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Ha dibujado el gran Puebla que la España de ZP es lo que va de la ceja al bigote de Maduro. Hay que creerse este viaje como hay que creerse el tanto por ciento de la vacuna de Pfizer y que el sol saldrá mañana, pero cuesta. No reconozco el mapa del Orinoco íntimo que le fluye a José Luis por la 'zentraña', mucho menos en un tipo que siempre fue tan 'comme il faut'. De Zapatero se contaba que en Moncloa nunca dijo que la sopa estaba fría ni que a la tortilla le faltaba sal. De las correcciones más correctas del expresidente siempre recuerdo cuando prohibió fumar en los restaurantes y en los centros de trabajo, y salía a echar el piti al balcón de su despacho. El que pasara por delante de Palacio podía ver al jefe del Gobierno echando su presidencial pitillo y pasando frío, pues desde la batalla de Madrid, al oeste de la ciudad hace un frío de mil demonios y se viene uno con una tiritona milenaria por muy de León que sea. A veces, si llovía, las secretarias se encontraban en el inodoro las colillas que en el váter nunca se hunden y giran enloquecidas sobre sí mismas, como el sanchismo.
Yo no sé qué imagen prefiero: si la de un presidente que se salta su ley o la de un presidente fumando en el baño, por eso me sorprendo anotando en mi cuaderno «Siempre tan atento» como cuando en el informativo de las tres, los vecinos recuerdan que el asesino «siempre saludaba». Salvando las distancias, claro, pues en ZP todo eran distancias que él resolvía con un comentario sobre el tiempo, un saludo muy de frente y una determinación cariñosa del gesto como cuando en febrero uno entra a comerse un cocido maragato en un restaurante de Castrillo de los Polvazares y tienen la chimenea encendida. En ese calor, a José Luis se le veía hasta guapo. Luego todo lo adornaba con ese que-tu-mujer-cante-en-el-coro-del-teatro-Real moral, las pausas en el habla y algunos aciertos legislativos que prefiero ahora recordar antes que los errores. Normal que España se horrorice al verlo de pandereta de la tuna bolvariana, en contra de Europa, del sentido común y de la más simple de las estéticas democráticas.
Se escriben muchas teorías de en qué anda Zapatero en Venezuela y a mí solo me cuadra que vaya por allí convencido de lo que hace. Tanto énfasis le pone a lo que dice que a veces lo escucho guiñolizado de sí mismo. Quizás sea todo un exceso de empeño, pues creo que le hemos dado demasiada importancia a la motivación como algo bueno en sí. Depende de para qué, más vale no motivarse mucho.
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