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Ya no solo en el taxi, que es el oráculo de los pobres y de los viejos reporteros, sino en la consulta del médico, en la panadería o en el ascensor, después del saludo primero viene el inevitable comentario sobre la convocatoria de elecciones y ... la dudosa calidad de nuestros políticos. Ese extraño baile de apareamiento que han mantenido nuestros líderes y que tan rotundamente infecundo ha resultado deja una secuela de desencanto, sí, pero también una multitud de improvisados analistas políticos, millones de ciudadanos demoscópicos reconvertidos en tertulianos de a pie. Una especie de epidemia que como mínimo nos durará hasta Navidad.
En el mejor de los casos, los Reyes Magos nos traerán un gobierno. No estaría de más una intervención mágica o esotérica allí donde la razón se ha mostrado insuficiente. ¿Los motivos, los culpables? Esa es la comidilla, ese es el debate del taxi, la antesala médica o el viaje en ascensor. Y ese será el runrún que machaconamente les oiremos repetir a los candidatos y a sus teloneros. Desde todos los puntos cardinales del arco parlamentario señalan a Pedro Sánchez como responsable (algunos avezados taxistas usan el término «muñidor») del próximo 10-N. El presidente en funciones tiene motivos para creerse un predestinado. Fue arrojado por la ventana más alta de Ferraz, cogió su coche y al tercer día resucitó. Y no le bastó con volver a la vida socialista. Plantó una moción de censura y las aguas se abrieron a su paso para conducirlo hasta la Moncloa. Así que ¿por qué conformarse con un gobierno en precario y una minoría parlamentaria tan exigüa? Ya lo dijo ayer en su comparecencia en el Congreso. Les pide a los españoles más diputados, más fortaleza para no tener que depender de los fatuos hombres de la derecha, del dogmático Iglesias y de los independentistas.
Cuando a Napoleón, salvador de Francia, le ofrecieron diez años más al frente de la República en su calidad de cónsul, se sintió profunda e íntimamente dolido. Qué menos que ser cónsul vitalicio. Y por qué no emperador. Y lo fue. Luego ya sabemos lo que ocurrió, Santa Elena y todo eso. En cierto modo ese es el augurio que le lanzó ayer Pablo Casado a Sánchez. «Las elecciones las carga el diablo». Casado, como Sánchez, aspira al regreso del bipartidismo, aunque sea de baja intensidad. Sánchez tiene acogotado, con todas las bendiciones de Bruselas, a Podemos y quiere rematar la faena en noviembre. Casado confía en que los negros nubarrones descarguen barro sobre Ciudadanos y en recuperar oxígeno a costa de los naranjas, que tan bailarines y sin brújula se han mostrado en los últimos meses, con golpe de efecto final incluido. Por lo que respecta a Pablo Iglesias veremos qué versión nos ofrece, si el paternalista doctor Jekyll amante de la Constitución o el señor Hyde de la cal viva. Cuarenta y siete millones de analistas los contemplan.
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