![Análisis de situación](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202005/04/media/cortadas/1424343326-k5lH-U11031097819arF-1248x770@El%20Norte.jpg)
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La primera derivada de la crisis sanitaria vivida es, por necesidad, económica. No es un capricho. La economía inunda todos los compartimentos y lo hace provocando el mismo efecto contagio, cuando no superior, que el protagonizado por el odioso virus que será nuestro compañero de ... viaje durante no se sabe cuánto tiempo.
Aislarse de ese drama para adentrarse en el pantanoso mundo de la macroeconomía exige un esfuerzo sideral. No resulta sencillo fijar una frontera que no traspasen los sentimientos que han acompañado a las terribles imágenes de la enfermedad, el soberbio esfuerzo médico, el comportamiento social para aliviar el sistema sanitario o el desgarrador efecto general de una enfermedad virulenta y despiadada para la que ninguna sociedad estaba preparada.
Con todo, ganando distancia sobre el corazón y el sentimiento, buscando dar la vuelta a la fotografía social, resulta necesario advertir en la 'recta de salida' de la dura realidad a la que ahora toca enfrentarse.
Durante los dos últimos meses, y seguramente durante las siguientes cuatro semanas, la economía española no solo ha estado en hibernación, más bien ha sufrido una parálisis cardiaca, ha perdido el pulso y permanece en estado mortecino a la espera de uno o varios latigazos llegados desde el desfibrilador. Espera casi un milagro, en realidad.
El desfibrilador somos todos. Salir de ese estado pre-mortem precisará a partir de este mismo instante de un descomunal ejercicio institucional a nivel internacional, nacional, autonómico y local. Sin ese impulso, sin esa energía, será imposible que la sociedad pueda acometer la segunda fase tras esa primera descarga y que conlleva dar la mano al compañero más próximo para que no se quede atrás en un camino de excepcional dureza.
Sin ser alarmista, ni tremendista, los datos invitan a un escenario propio del final de una de las grandes guerras mundiales. Y en ese entorno, España se maneja con síntomas de lo más preocupantes.
La economía española ha sufrido en las últimas semanas una contracción histórica y nuestro Producto Interior Bruto (PIB) se ha desplomado en un 5,2% y la sensación general es que el dato tiende a empeorar, previsiblemente por encima del 9%.
La deuda pública prevista por el Gobierno se establecerá en el 115%; esto es, todos los españoles debemos el total de la capacidad productiva de todo un ejercicio y un poco más y a cada segundo nuestra deuda engorda en unos mil euros. La previsión del paro rondará el 20%, la inversión se desplomará un 25,5% y el consumo de los hogares se hundirá previsiblemente hasta el 8,5%.
Sin ser un experto en la materia económica, y aplicando a la situación un humilde escenario familiar, la realidad es desalentadora: debemos mucho más dinero del que podemos pagar, para mantener la casa acudimos al banco en busca de liquidez, no tenemos capacidad de ahorro porque gastamos más de lo que ganamos y no hay posibilidad de trabajo para todos los miembros de la familia laboralmente capaces.
Metidos en ese profundo pozo no hay soluciones mágicas. El Estado debe contener el gasto, solo Europa podrá aportar liquidez, por doloroso que suene el mercado laboral debe abaratarse y flexibilizarse, y el esfuerzo inversor tiene que llegar obligatoriamente a empresas y autónomos, únicos elementos generadores de actividad y empleo. El resto es pobreza y paro. Ignorar la evidencia solo conllevará creer que esto lo arreglan los Reyes Magos. ¿Y existen los Reyes Magos?
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