Recuerdo la impresión que me produjo Gabriel Villamil la primera vez que nos cruzamos hace ya muchos años. Su presencia impecable, su sonrisa seductora, esa mirada indómita y su cámara al cuello, conformaban la imagen poderosa de quien tiene en sus manos la instantánea que puede dejar una huella indeleble no solo en cada individuo sino en el colectivo ciudadano. Algunas de esas imágenes para la historia fueron galardonadas justamente con el premio Cossío o con el que reconoció su trayectoria y lleva el nombre de otro grande del fotoperiodismo, Luis Laforga, quien también nos dejó demasiado pronto, confirmando el adagio que dice que siempre se van antes los mejores. Nos hemos encontrado muchas veces después, por los pasillos del Ayuntamiento, en los estrenos del Calderón, durante las emocionantes veladas del TAC o en la elegante alfombra verde de Seminci. Siempre mostrando las mejores galas de una ciudad que vibra orgullosa con la cultura, sabedora de que siglos de historia la avalan. Pero si tengo que decantarme por un recuerdo me quedo con su inteligente perspectiva de la Semana Santa en el proceso de selección anual del cartel anunciador. En ese ritual anual la presencia de Gabi constituía una clase magistral de fotografía que tuve la fortuna de disfrutar. Nunca olvidaré con qué inteligencia conducía al jurado, con qué paciencia nos indicaba los méritos de cada instantánea, con qué maestría explicaba la mejor fotografía. Ha sido una suerte compartir un tramo del camino con Villamil. Que la tierra te sea leve querido Gabi, tu mirada nos acompaña.
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