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Hoy expira el plazo autoimpuesto en la última y ya cansina entrega del teatrillo nacional. Todavía escucho vibrante el sonido de los violines que acompañan a la lectura de una carta a la ciudadanía. La firma un presidente que se desnuda ante el lector, ... que muestra su vulnerabilidad y descubre su gran debilidad. Es Pedro Sánchez. Parecía inquebrantable, pero es como el resto de los mortales. Tiene sentimientos, padecimientos, pero sobre todo, tiene amor. Es un romántico y se declara profundamente enamorado de su mujer, Begoña.
Como esto va de cartas, rememoremos a los clásicos. Es la primera que escribió San Pablo a los Corintios y que recoge el Nuevo Testamento. Desconozco si el presidente la ha leído, pero en su última declaración de amor condensa la esencia de la misiva que nos recuerda que el verdadero sentimiento no se desvanece: «Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca».
Pero aquí entra en juego otro tipo de amor que también se cultiva en los jardines de La Moncloa. Va más allá del que se pueda profesar a una consorte con suerte. De ese amor, Pedro nos ha dado grandes lecciones. Es el amor propio. Hoy nos demostrará cuál es el que vencerá. Si está dispuesto a renunciar o si, por el contrario, deja el camino expedito para que otros vendrán que más alto y más guapo te harán. Aunque sólo sea por eso, tal vez merezca la pena. Entonces, descubrirá qué dice de él la historia.
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