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Europa Press
Opinión

Refugiados, dignidad infinita

Tampoco sirven respuestas simples para problemas complejos. La hospitalidad requiere una buena dosis de esfuerzo para los que están, y también para los que acaban de llegar

Álvaro Lobo. Jesuita y antropólogo

Jueves, 20 de junio 2024, 07:09

Están en las Delicias, en la Rondilla y en los Pajarillos. En la Castilla vaciada, en la medio vacía y en la que aún está por vaciar. Trabajan, si pueden, en el campo, en la limpieza y cuidando ancianos, y en otros tantos rincones de ... nuestra sociedad. Algunos tienen dinero y saben lo que es comprar, otros tragan saliva cada vez que les toca pagar. Añoran, lloran y sonríen y sufren en sus carnes lo mismo que cada miembro de esta curiosa humanidad. Vienen de Ucrania y de Siria, de Venezuela y de Afganistán, de varias partes de África huyendo del hambre. Son los refugiados e inmigrantes que viven en nuestra tierra, y de los que de vez en cuando nos da por hablar. 

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Por eso hoy se celebra el Día Mundial del Refugiado. Y es que su realidad sigue latente en la vieja Europa, y en todo aquel lugar que ha gozado de las mieles de la paz y de la prosperidad. Es el mundo de hoy. Irreversible. No hay vuelta atrás. El mismo que sufre las heridas de un mundo que gira demasiado rápido, y a veces parece que nos va a marear. Y es en esas heridas, donde millones de personas buscan un nuevo hogar huyendo de la guerra, de la muerte, de tiranos de turno y de catástrofes climáticas que no cesan de aparecer. Llegan por tierra, mar y aire. Y las Islas Canarias ven cómo el océano se traga una media de 18 personas cada día. Quieren ser futbolistas, salvar la economía de su pueblo o poder vivir en libertad, como ocurre en otras latitudes, eso no lo podemos olvidar.

Según ACNUR, hay 35,3 millones de personas refugiadas, de las cuales alrededor del 41% son menores. En 2023, Siria, Ucrania y Afganistán tenían el triste honor de encabezar la lista de personas que solicitaban protección, un 52% del total. Curiosamente el 70% acaban en países vecinos y solo un 24% son acogidos en países de renta alta. Castilla y León, según CEAR, acogió 7.357 solicitudes de asilo el año pasado, abonadas siempre a la incertidumbre de un futuro incierto.

«La acogida del refugiado nos ennoblece como sociedad, porque nos humaniza y saca a relucir lo mejor de nuestros principios»

Son muchas las historias que podrían narrar. Si no fuera por el tinte trágico, darían para heroicas películas. Pero nuestros personajes no viven en Hollywood, sino que permanecen invisibles en nuestros pueblos y ciudades. No obstante, la última gran prueba no tiene forma de guerra, tampoco hay dragones ni persecuciones varias. Más bien es la incoherencia entre el discurso oficial y la realidad con respecto a las políticas migratorias. El agujero negro burocrático del 'vuelvaustedmañana' que fulmina esperanzas, y que crea a su vez interminables colas y demasiadas noches en blanco. Es la falla de una sociedad contradictoria que elude toda responsabilidad a base de tuits y bonitas pancartas.

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Quizás la tentación pase por abrirles las puertas sin más, la crisis demográfica invita a ello. Win-win, que dirían los ingleses. Pero quizás aquí está la trampa, comprender este drama bajo el prisma de la utilidad, como si fueran simple mano de obra barata destinados a pagar las pensiones, repoblar los pueblos y no cerrar así tantos colegios. El problema surge cuando la utilidad cambia de signo, y ya no sacamos tajada de ello. Entonces sobran inmigrantes, y luego ancianos, y luego enfermos, y todo aquel que ya no resulta productivo.

Pero el criterio ha de ser más profundo para saber coger el toro por los cuernos. Quizás conviene trascender nuestra amnesia y recordar nuestras raíces. Las mismas que dicen que Jesús, María y José fueron refugiados en Egipto por culpa de un tal Herodes. Que muchos de los nuestros salieron de España por culpa de una cruenta guerra civil. Que todo ser humano tiene una dignidad infinita, como se intuyó en la controversia de Valladolid, allá por 1551. Que la acogida del refugiado nos ennoblece como sociedad, porque nos humaniza y saca a relucir lo mejor de nuestros principios. Que la vieja Europa se construyó desde el intercambio y no desde el prejuicio. Que muchos castellanos tuvieron que dejar su tierra hace décadas –quizás familiares nuestros–, y sobrevivieron porque alguien les quiso como vecinos, incluso como hermanos.

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Ya no vale mirar para otro lado, porque son vidas humanas, como usted y como yo. Tampoco sirven respuestas simples para problemas complejos. La hospitalidad requiere una buena dosis de esfuerzo para los que están, y también para los que acaban de llegar. Exige que la educación promueva que cada estudiante reconozca, valore y defienda en el prójimo una dignidad infinita, y que eso se refleje en todo.

El tiempo nos juzgará por nuestra capacidad de acoger al necesitado. Ojalá sepamos estar a la altura de una época que nos exige dar un paso adelante y, sobre todo, grandes dosis de humanidad.

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