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El alto precio del pacto para el PP
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El PSOE sabe que cercar al PP enel castillo del pacto con Vox es rentable electoralmenteLa línea roja del pacto de gobierno con Vox ha sido traspasada en Castilla y León. El acuerdo implica evidentes consecuencias en la política española porque alimenta una dinámica de bloques en un contexto marcado por el peligro de colapso económico y social por la ... guerra de Ucrania. Los populares pagan un precio muy elevado por mantenerse en el poder. No solo en el terreno de la imagen, como puede verse por las advertencias lanzadas por el centroderecha democrático europeo, embarcado en una lucha ideológica frontal con la ultraderecha populista y antieuropea. También el terreno de los contenidos. Cuando el PP admite cambiar las referencias a la violencia de género por las de «intrafamiliar» en el programa de coalición para el Ejecutivo autonómico castellano y leonés, entra ya en un territorio de cesiones de fondo y acepta una rendición en la 'guerra cultural' planteada por la extrema derecha.
El PP admite pues transaccionar y asumir por capítulos el pensamiento reaccionario que en este momento plantea el sector más radicalizado de la derecha. El que cuestiona la violencia de género y las políticas de igualdad para la mujer. El que cuestiona las políticas LGTBI, el que plantea una 'inmigración ordenada' pero en el fondo alimenta el odio al extranjero y lo asocia directamente con el aumento de la inseguridad. El que rechaza el Estado autonómico y lo ve como un peligro de disgregación de la unidad de España. Es un retroceso a la España anterior a la Constitución de 1978 que abre un frente de principios en el PP que el anunciado pragmatismo de Alberto Núñez Feijóo no va a a poder eludir. Pablo Casado, al advertir que su legado fue no pactar con Vox y combatir la corrupción, ha servido la venganza en el plato helado.
Es muy posible que Núñez Feijóo haya calculado los costes y los beneficios de su jugada de alto riesgo. La opción que tenía era renunciar al poder ahora y convocar unas nuevas elecciones en las que Mañueco se la iba a jugar de verdad. Pero al no hacerlo, han renunciado en cierta forma al alma y han elegido la opción de mantenerse en el poder a toda costa. Aunque esta apuesta implique romper los puentes con la periferia. De entrada, el PNV ya ha advertido que este acuerdo es «una pésima noticia», lo que desbarata la expectativa de acercamiento que a medio plazo parece que la llegada de Feijóo comenzaba a provocar en el seno del nacionalismo vasco, necesitado cuando menos de tener un plan B en la recámara para no depender solo de Pedro Sánchez y de sus aliados.
A partir de ahora Feijóo intentará compensar su movimiento. Lo hará posiblemente con una oferta para renovar el pacto en el Consejo General del Poder Judicial que refuerce su condición de partido de Estado. O quizá apoyando al Gobierno en la cuestión de la guerra de Ucrania de forma más expresa, a pesar de que el pasado miércoles, en el Congreso, el tono de Cuca Gamarra, portavoz del PP, no fue distinto al discurso hiperbólido y sobreactuado de Casado. Una cosa es que el PP esté en su derecho y su obligación de hacer oposición y desgastar a Sánchez. Y otra que vuelva a deslegitimar al Gobierno de coalición como si no fuera democrático. Tampoco es de recibo que el presidente recurra a la simplificación al señalar que toda la culpa de la espiral inflacionista «es culpa de Putin y su guerra ilegal». La agresión salvaje de Rusia introduce una variable nueva que ha agravado un problema que ya venía fraguándose con anterioridad.
Los socialistas respiran indignados tras el pacto en Castilla y León. La respuesta es previsible pero tiene un riesgo de caer en la táctica excesiva. Porque si tan negativo es la llegada de la extrema derecha al poder, también lo podían haber evitado con su abstención, como propuso sin éxito el alcalde socialista de Valladolid, Óscar Puente, en un principio. El PSOE sabe que cercar al PP en el castillo del pacto con Vox puede ser rentable electoralmente, aunque a la vez le condene a tener que seguir unido a la alianza con Unidas Podemos en una coyuntura bélica en la que las contradicciones están presentes sobre todo en la izquierda sociológica.
El fantasma de Francia, donde en los años 80 el socialista François Mitterrand favoreció al Frente Nacional de Le Pen para dividir a la derecha convencional, planea con fuerza. El problema de alimentar al tigre de la extrema derecha es que al final acaba comiéndote. Sobre todo en un contexto europeo marcado por el miedo y la incertidumbre.
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