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L a compleja matemática parlamentaria ulterior al bipartidismo imperfecto ha llevado a la coalición de izquierdas a abrir un diálogo con el independentismo tendente a intentar resolver el conflicto catalán. La necesidad de los votos o de las abstenciones de los diputados nacionalistas de izquierdas ... para la constitución del nuevo Ejecutivo y para los principales hitos de la legislatura ha forzado una aproximación providencial, que en otras circunstancias también se hubiera producido seguramente pero a otro ritmo y en condiciones diferentes.
Lo cierto es que el diálogo ha comenzado y que, como primera providencia, se ha puesto de relieve una útil fractura del nacionalismo catalán: en tanto los republicanos apuestan por el camino pragmático de la negociación y el pacto, los posconvergentes herederos de Pujol prefieren la épica, la ruptura traumática y la vía unilateral.
No será fácil encontrar un camino de convergencias entre las partes sentadas a la mesa de negociación, dados lo alejado de las respectivas posiciones y la radical oposición entre los objetivos de una y otra parte: la autodeterminación frente a la mejor integración en el Estado de las Autonomías. Sin embargo, si los diálogos se mantienen, si los objetivos se subdividen en pasos sucesivos, si se llega a establecer un clima de confianza, es muy posible que los contactos crezcan y que se abran horizontes inéditos que, si no resuelven del todo el problema, sí consigan al menos mitigarlo y mantenerlo hibernado un largo periodo de tiempo. Lo importante es que, una vez conseguido el marco de la negociación, no se abandone, aunque las partes ni siquiera hayan ido a la mesa convencidas de que había alguna posibilidad de aproximación y/o de arreglo.
Uno de los obstáculos, no el principal pero sí muy potente, será la crispación que la oposición conservadora está dispuesta a derrochar durante el proceso, como ya hizo Rajoy en la primera legislatura de Zapatero, cuando se derrocharon insultos y descalificaciones sin cuento que negaban el honor y el patriotismo de un presidente que estaba, a su juicio, decidido a traicionar a España y a destruirla para siempre. Ahora ya ha comenzado la retahíla de descalificaciones por parte de las distintas derechas, siempre en la misma dirección: el diálogo amenaza con la ruptura de España, con la quiebra de la Constitución, con el naufragio de la patria.
Pero hoy sucede igual que ayer: la oposición a Zapatero no sabía como acabar con ETA y hoy la oposición a Sánchez no sabe cómo resolver el conflicto catalán. Es más, si la 'técnica' utilizada con Cataluña fuera la que han sugerido los partidos conservadores, sería muy probable que acabara haciéndose independentista esa mitad larga de catalanes que hoy sigue apostando por la pertenencia al Estado español. Cuando un porcentaje tan notable de ciudadanos se manifiesta en contra del actual 'statu quo', lo correcto es prestar audiencia a las quejas, reconocer en su caso la cuota de razón del discrepante y buscar fórmulas de conciliación que destensen la crisis. La solución autoritaria que se ha manejado, la aplicación masiva del art. 155 no solo no mitigaría el problema sino que lo inflamaría definitivamente.
¿Por qué, entonces, no se afanan los partidos de la oposición en tender también puentes, en vez de poner palos en las ruedas y dificultar que se impongan la razón y el sentido común?
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