Mi alma no habita en mí. Si estaba ahí, que supongo que sí, definitivamente se fue el pasado jueves. Ese día, sí. Justo en el mismo instante en el que una alerta advertía de la muerte de Olivia, un ángel.
Publicidad
Si había alguna posibilidad de ... sobrevivir a la pérdida del alma ésta se perdió en el mismo instante en el que, terror, se supo que caminaba de la mano de Anna, su hermanita, otro pequeño ángel nacido para decirle al mundo que una sola de sus carcajadas podría inundar el planeta de paz y sentimiento. Eran la felicidad.
Hoy, a estas alturas, la sensación del alma perdida no tiene consuelo. Y todo, siendo un sentimiento impropio que debería dejar paso a otros más mortales como la pena, la solidaridad, la compañía y el cariño hacia sus seres queridos.
La vida, la mía como la de todos, ha estado trufada de acontecimientos más o menos intensos, más o menos felices, más o menos dolorosos. Pero ni en el más duro de estos últimos el sentimiento había sido tan atroz.
Publicidad
He tenido episodios marcados por el desconsuelo, con el dolor a flor de piel, y otros que, con seguridad, erizarían la piel. Ninguno, sin embargo, había logrado llegar a la raíz de los sentimientos.
Si el dolor fuera un grito, desde hace días este país sería una enorme caja de resonancia llamando a la justicia, denunciando la impotencia, exigiendo medidas que impidieran a las alimañas acercarse al corazón de los niños.
Olivia y Anna, seguro, caminarán de la mano por siempre. Avanzarán felices, saltando entre las nubes, sintiendo que nada ha pasado porque, es cierto, es mejor creer que nada ha pasado, que al otro lado de la crueldad más ruin existe una felicidad infinita de la que ellas, y solo ellas, podrán disfrutar.
Publicidad
Busco desde el mismo día en que se fueron, desde su adiós, una especie de consuelo inútil e imposible. Atado a esa esperanza doy por buena la pérdida de mi propia alma, si es que ahora anima y acompaña a las suyas.
No hay consuelo para su entorno ni perdón para el asesino, que no merece ser citado. Las alimañas, los animales, las bestias, son tan odiosas que deberían ser pisoteadas cada día, sin descanso, hasta reventar su cuerpo inmundo, apestoso y nauseabundo.
Publicidad
Es imposible encontrar justicia ante tan descomunal error de la naturaleza, un ser carcomido por el odio hasta perder su parte humana, si hubo algún día en el que la tuvo. No le mataría, no podría, pero dejaría que lo hicieran. Esa sensación descarnada es la que me provoca su ira y su acción.
Olivia y Anna nunca deberían leer este testimonio, ni estas frases. En ella se esconde el odio que provoca su innecesario adiós y tampoco sería justo. Ellas fueron, y son, el ejemplo de un mundo maravilloso, pero sumamente cruel e imperfecto. Dolorosamente injusto, también.
Publicidad
Quizá por ello su adiós, aún con el brillo de sus ojos y la sonrisa de sus rostros, nos deja a todos tan tocados.
Desde hace días siento que mi alma las quiere arropar en su camino, y me agrada esa sensación. Quizá sea un gesto inútil que solo pretende aliviar el propio sentimiento de dolor y puede que con ello busque suplir también la rabia y la impotencia.
Todo, por la impotencia de conocer que jamás volverán, como tampoco han vuelto quienes le precedieron en el camino. Quede aquí constancia del enorme dolor de una sociedad herida por sus propios errores, desconsolada por su falta de previsión y rota por una irreparable ausencia.
Noticia Patrocinada
[En memoria de Olivia y Anna, cruelmente asesinadas por quien decía ser su padre y en realidad solo era una alimaña, un asesino]
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.