![Más allá de la investidura](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201906/11/media/cortadas/GF3ZX3H1-k8fE-U80487545891K8F-624x385@El%20Norte.jpg)
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Lo que en estos días se juega es la manera en la que se lleva a cabo la única investidura posible. Sí, es cierto que el PSOE tiene menos diputados que tenía el PP en la pasada legislatura, pero también lo es que dobla en ... escaños al segundo, y que una repetición electoral sería un experimento letal para no pocas de las fuerzas que se sientan en el hemiciclo. Muchas de ellas han jugado en anteriores elecciones con expectativas que cotizaban al alza, y no tienen ningún interés en ir a otros comicios con unos datos que les marcan cotas sensiblemente inferiores.
Tardará pues más o menos, la mayoría saldrá más barata o más cara y provocará con seguridad aspavientos varios, pero se acabará fraguando y confirmará en el despacho de la Moncloa a ese que dijeron durante meses que era el okupa y que hoy es el único que está en condiciones de pagar razonablemente la renta y consolidarse así en su codiciado inquilinato. A los demás les toca la oposición, leal o desleal, cooperadora o saboteadora. A medida que pase el tiempo, y si el presidente no comete errores graves ni las encuestas evolucionan de modo que alguien se vuelva a llenar de balón –suponiendo que esos cantos de sirena seduzcan a los antes defraudados por ellos–, empezará a verse que llegar a acuerdos es más rentable y presentable, tanto para los que estén en el gobierno como para quienes se queden fuera de él. Quizá eso traiga alguna esperanza de acometer reformas sectoriales inaplazables, y de aproximar con ellas la legalidad y la realidad del país a un tiempo del que, distraídos en reyertas de otro siglo, hemos corrido grave riesgo de descolgarnos.
Cuestión distinta, y mucho menos probable, es que se dé algún paso en la dirección de la gran reforma necesaria, la que incumbe al marco general de las reglas del juego, para tratar de salvarnos, si es que aún estamos a tiempo, del colapso de un sistema erosionado, de un lado, por la deslealtad de quienes lo aceptaron con desgana y sin creer en él, y de otro –y quizá sea esto lo que más daño ha hecho– por las torpezas y traiciones de quienes se presentaban como sus paladines y demasiadas veces –y demasiado obscenamente– lo fueron solo de sus propios asuntos y privilegios, en menoscabo del interés general.
La tarea sobrepasa claramente las fuerzas y las apetencias de quienes ahora mismo se disputan el reparto de los sillones, pero tarde o temprano habrá que empezar a pensar en ella y a recorrer el largo camino que queda hasta culminarla. Tratar de avanzar entre permanentes enmiendas a la totalidad, sin dar un paso para reconstruir consensos tan inclusivos como sea posible alcanzar, es una perspectiva agotadora y posiblemente estéril, de la que aquellos a quienes les hemos encomendado gobernarnos deberían tratar de eximirnos.
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