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En una entrevista concedida cuando estaba ya en capilla, Rosa María Sardá, gran actriz cómica, se puso seria y dijo: «La gente no está preparada para la muerte. ¡Es que no nos preparan para morir! Hay otras culturas en las que se prepara a la ... gente para morir». Ella ya ha cruzado el Aqueronte como tantos otros que por millares han caído en este terrible trimestre pero nos ha dejado este lamento antes de hacer mutis por el foro. Quizás es la expresión de lo que está empezando a rondar por la cabeza de tanto homo zapping y homo ludens que durante el largo confinamiento entre cuatro paredes ha ido recibiendo una avalancha de noticias de muerte que cada vez le iban rozando más de cerca. Así que a fuerza de ver pasar féretros por la pantalla ha descubierto que, aunque no esté de moda, la muerte está ahí. Y como decía la Sardá nadie nos ha preparado para aceptarlo. Al contrario.
Lo que estaba de moda era precisamente lo opuesto: la lucha contra la muerte, el rejuvenecimiento celular, la robótica y la inteligencia artificial. Que, como dicen los transhumanistas, la desaparición de la muerte sería cuestión de tiempo. La pandemia nos ha sorprendido convencidos de que el progreso de la investigación nos proporcionaría en unos años el don de la supervivencia. En definitiva.
La muerte no sería el término normal de una vida, sino un fracaso terapéutico perfectamente subsanable a partir de la bio-medicina. Y, de repente, hemos descubierto que la frágil frontera entre la vida y la muerte puede ser un trozo de tela en el rostro. Porque el enemigo mortal no es el catastrofismo climático de Greta Thunberg sino un bacilo que no tiene nada que ver con la polución. De pronto somos conscientes de nuestra vulnerabilidad pero, como dijo la Sardá, sin estar preparados.
Así que muchos han redescubierto la espiritualidad como placebo ante la finitud certera. Los tutoriales por internet de prácticas de meditación, yoga, sidra, vinyasa, ashtanga y el Qi gong se han convertido en el Lourdes para los angustiados por el miedo de morir. Los yogis se están forrando enseñando como alejarse del cuerpo mortal para intuir que hay un más allá; que además de materia hay espíritu. Hay que llenar el vacío como sea. Porque las religiones (ahora en repliegue en la modernidad) han sido incomparables sistemas de mitigar el sufrimiento y la muerte. Como dice Bruckner, a través de ellas una colectividad encuentra un sentido a la desaparición de sus miembros y la hace tolerable a los supervivientes. El arzobispo de Valencia ha debido ver también una ventana de oportunidad en esta ansia de espiritualidad y ha pedido a tanto católico en excedencia que recupere el sentido de Dios. El mas acá del más allá.
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