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En la actualidad, en Occidente hay tres tipos de orientaciones político-ideológicas principales o 'culturas'. Se las llama así, no porque quienes forman parte de cada una de ellas tengan una verdadera cultura científica, filosófica, histórica, literaria, artística, etc., sino porque incorporan en su sistema ... de creencias una serie de valores y de interpretaciones de la realidad que van más allá de lo que suele ser una ideología política sensu stricto.
De estas 'culturas', dos son populistas, extremistas, y una moderada. Esta última, la cultura liberal, es mayoritaria entre los ciudadanos occidentales. Es una cultura política democrática y tolerante. La única con capacidad de ofrecer un mínimo de garantías para que la democracia y la prosperidad económica puedan continuar en paz, sin nuevos conflictos violentos internos en los países occidentales.
Los términos más utilizados para referirse a estas tres 'culturas' son: 1) populismo de izquierdas, populismo neocomunista, extrema izquierda o 'cultura woke' (woke, despierto en inglés, es un término que empezaron a usar las asociaciones antirracistas en Estados Unidos y después se ha generalizado para los populismos de izquierda); 2) populismo de derechas, extrema derecha, 'cultura neocon' o 'cultura ultraliberal' (activa desde la década de los 70 como reacción a los movimientos sociales de la década anterior en EEUU, e intensificada en los últimos años por el populismo más conservador); y 3) cultura liberal, que tuvo su origen pragmático hace ya casi dos siglos y medio con la Constitución norteamericana de 1787. Y en Europa se consolidó, tras los desastres de la Segunda Guerra Mundial, gracias a la acción conjunta de varios partidos políticos: conservadores, liberales y socialdemócratas moderados.
Esta es, además de los programas de los partidos políticos concretos, la triple estructura ideológica de fondo que las democracias occidentales tienen en este primer cuarto del siglo XXI.
A la cultura liberal democrática se deben la paz y el progreso económico y social de los últimos 80 años en Europa. Además de a los avances científicos y tecnológicos, por supuesto. En España pudimos conocerla por fin tras la dictadura del general Franco. Dentro de pocos días celebraremos 46 años de nuestra reincorporación democrática a la cultura liberal, con la Constitución de 1978.
Desde que comenzó el siglo, en las democracias occidentales han aumentado mucho los populismos de extrema izquierda y de extrema derecha. Embrión, por experiencia histórica, de regímenes autocráticos y autoritarios. Es un fenómeno sociológico inesperado para quienes compartimos los principios de la cultura liberal democrática. Ese tipo de populismo, que en la Atenas clásica se llamaba demagogia, no puede garantizar la paz ni la prosperidad. Todo lo contrario. Si los extremos ideológicos consiguen ser mayoritarios, conducirán casi con seguridad, por su intolerancia, a la confrontación social y civil violentas. Como pasó hace ahora un siglo.
La cultura liberal se ha convertido así en la 'tercera vía', en el centro o término medio del actual espectro político. Fuera del eje de los polos ideológicos extremos. El término medio no es una simple división cuantitativa entre dos posiciones extremas. Aristóteles lo explica muy bien en el Libro II, Capítulo VI, de su Ética Nicomaquea o Ética a Nicómaco. «Hablo, bien entendido, de la virtud moral, que tiene por materia pasiones y acciones, en las cuales hay exceso y defecto y término medio». Es un concepto cualitativo para aplicar en las situaciones humanas más complejas. Y el gobierno de las sociedades de humanos, la política, es una de ellas Un punto de vista que triangula las perspectivas, percepciones, interpretaciones de la realidad y opciones.
Para no caer en dilemas maximalistas del tipo todo o nada, blanco o negro. El extremismo siempre plantea dicotomías excluyentes. Los extremos odian todo lo que no coincide con su modo de ver la realidad, pero sobre todo se odian entre ellos. Se odian, y se necesitan. Construyen su identidad en simetría especular, como contra-identidad del otro extremo. Necesitan mirarse, medirse y desafiarse de manera constante. La identidad que tienen se alimenta de la confrontación y la lucha. Se retroalimentan y se tocan, como dice el refrán. Sus dioses son enemigos, pero ambos son idólatras: unos del Estado y otros del Mercado. Sin los unamunianos hunos, la identidad de los hotros quedaría en poca cosa. Y viceversa.
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