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Ya saben que el verano me cae entre ni fu ni fa y de pena. Pero si hay algo que me reconcome por dentro ... es la predisposición general a desinhibirse y hacer el ridículo simplemente por entrar en un nirvana de relax de dos semanas de duración, perder la vergüenza y dar rienda suelta a instintos que —objetivamente— deben permanecer en el calabozo el resto del año.
Fíjense, la selección celebra una fiesta y a los jugadores se les ven las costuras con el tema del baile. Jugar, de cine. Bailar, como Almeida en su boda. Pero al menos ellos no están en un hotel todo incluido en el que los animadores, benditos ellos, deciden que un martes a las diez y cuarto es buen momento para hacer una conga o iniciarse en el mundo de la bachata. Y no, miren. Ni es momento ni está ese entre los talentos que Dios otorga de modo general. Pero hete aquí que, en el fragor del piscinismo y con la cara más roja que el inglés de la habitación 249, uno se lanza, se ríe e, incluso, tiene el cuajo de hacerse un vídeo para mandárselo a los colegas. Menudo logro. Cinturón blanco amarillo en bailes tropicales. En octubre no pasan de mover el pie con la canción de moda y a mediados de julio se menean como si hubieran nacido en Santo Domingo. Lo que no ven es al resto de los huéspedes que observan, abochornados, la realidad de un tío de Zaratán con menos ritmo que un reloj del mercadillo.
Otro asunto dramático es el de los bañadores. Para todo en la vida hay que ser consciente de la edad y la talla. No es lo mismo plantarse un braguero turbo de esos de medallista olímpico en los 100 metros espalda con veintipocos y una percha de anuncio de Emidio Tucci, que hacerlo con cincuenta y todos y un perímetro abdominal capaz de engullir medio kilo de percebes, una ración de croquetas variadas, solomillo de Retinto y una tartita de queso para pasar las migas. Y, créanme, hay muchos del segundo tipo que se ajustan el slip ceñido y dan más pena que un tertuliano justificando lo de los ERE de Andalucía.
A propósito de lo de las comidas, también se abraza el esperpento al gastar cantidades indecentes de dinero en pitanza de chiringuito de calidad incierta. Comes al lado de una familia de Hannover que se ha untado en medio litro de aftersún, la camarera suda por litros bajo su polo corporativo y te llevan una paella que en marzo devolverías al corral y en veranito te zampas con un litro de sangría. Culminas el festín con una tarta que no aguantaría un asalto a la mítica Comtessa y, cuando te traen la cuenta, no sabes si has comido en Cocotero Beach o en Dámaso. Para colmo, un pinchadiscos con bronceado anual y ánimo excesivo para ser las tres de la tarde te ha cascado una sesión absolutamente prescindible a un volumen inhumano. Pero, eh, es verano. Pues nada, a disfrutar.
Y luego está lo de las fotos caniculares. Esa instantánea que mandas a tu compañero para enseñarle que tu plato de pulpo está mejor que el suyo. Y esa llamadita de tu hermana en la que te pregunta qué tal todo y te atienes a un escueto «bien» acompañado de un «luego te mando fotos de lo que hemos visitado». Que no. No mandes nada. Cuéntalo. Qué poca capacidad y qué poca paciencia. Esfuérzate un poco, que parece que tienes prisa por llegar al comienzo del Grand Prix y no perderte a Ramonchu. Que vas a petar el teléfono de imágenes de toallas al solete, saltos de olas y anocheceres mal enfocados, que estás a un paso de convertir el trámite en el nuevo «te voy a poner el vídeo de nuestra boda, que está fenomenal».
También les digo que, como expresaba al inicio, esto no deja de ser un episodio de vida pirata, un oasis en un desierto anual de rigor y puntualidad. Peláez diría que es abrazar el barbarismo y que uno debe mantener el tipo y el saber estar, como ese señor que va al bufé de mi hotel en Cádiz con pantalón largo y camisa planchada con pulcritud, mientras su nieto tira de él hacia el mostrador de los dulces con unos berretes de chocolate interminables. Estoy bastante de acuerdo con lo de la galanura, pero ser Jack Sparrow o Bartholomew Roberts durante dos semanas tampoco es punible y puede tener su puntito. Menos en lo de la bachata. Eso es de multa y prisión preventiva.
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