En verano nunca pasa nada
Míster Cipriano ·
«Cuando la calorina arría sus velas, Francisca y Marta sacan dos sillas al frente del portal. Hoy les acompaña Javi, marido de Marta»Míster Cipriano ·
«Cuando la calorina arría sus velas, Francisca y Marta sacan dos sillas al frente del portal. Hoy les acompaña Javi, marido de Marta»Cuando la calorina arría sus velas, Francisca y Marta sacan dos sillas al frente del portal y hacen un traje al personal. En primavera la cosa les salía mejor. Que había más chicha, apuntan, pero ahora tienen poco taller y dejan pasar las horas abanicándose ... y saludando al vecindario. Hoy les acompaña Javi, marido de Marta, que sale, periódico en mano, a buscar también la fresca que esquiva los pisos en este infierno mesetario.
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Ellas hablan con mucho peso en sus aseveraciones y aseguran que en verano nunca pasa nada. Le dicen a Javi, que no se ha metido con nadie, que no entienden por qué lee el periódico y mucho menos lo compra; que en estos meses viene más delgadito que Leiva y las noticias son de aquella manera: fiestas de pueblo, obras o dos pijaditas a tres columnas para ocupar sitio. Naderías. Él rezonga, se humedece el dedo y pasa la página sin parar de leer. Para haber pocas noticias, julio ha comenzado más cargado que el camello de Melchor. Comenta que si les parece poca cosa lo de la Vera Cruz, y ellas contraatacan con que eso pasó hace un par de semanas. Él embiste de nuevo con la consecuencia, que afecta a las parejas que pensaban celebrar su boda allí y van a tener que cambiar de planes y organización. Y Francisca devuelve el revés diciendo que ella preparó su enlace con el difunto Severiano en tres semanas y tampoco fue para sacarlo de madre. «Rediós», masculla entre dientes Javi saltando a otra sección.
Para reafirmar su opinión, Marta sostiene, mientras diezma un cuenco de cerezas, que se fije en la política y Javi encuentra la espita por la que hacer pupa: que si no se han dado cuenta de que Vox acaba de arrastrar con un siete a ver si le saca algún triunfo al PP a cuenta de la acogida a inmigrantes. O que si les parece poca cosa que el señor del flequillo y el maletero (pronuncia fatal el apellido del otrora molt honorable) y los otros de Tsunami se vayan a librar del trullo, no porque estuviera bien o mal lo que hicieron (mal, insiste), sino porque un juez ha tenido un error de plazos. «Hasta ese punto es este país, que algunos califican de jurídicamente corrupto, garantista», deja caer sabiendo que Francisca tiene un primo hermano en Vallfogona de Ripollès. Por si fuera poco apostilla, picando del cuenco de su santa, que otro juez le acaba de recordar a la esposa del presidente del gobierno, y no con un mensajito de móvil, que o se presenta el lunes al juzgado o la pone en busca y captura. Las dos admiten que, en este ámbito, algo de jaleo hay. Y Javi degusta su pequeña victoria manchándose la camisa con la consiguiente bronca de su mujer, como mandan los cánones.
Como no les ha agradado darle la razón, se remueven en la silla hasta expresar que habrá cisco en lo que atañe al país, pero que aquí no hay mucho que destacar. Y Javi suelta sobre la que hay montada en Arco de Ladrillo entre carriles, obra, derrumbe y tiranteces, o sobre el garbeo que pueden darse por la autovía del Duero (con paciencia, eso sí). Si no les resulta suficiente, pueden echar un vistazo al túnel de Padre Claret, cuyo proyecto parecía un cuadro impresionista y ha resultado ser un muro oscuro y tétrico digno de la calle Morgue de Allan Poe. Remata con la reciente prisa por empezar a reformar la estación de tren para finiquitar las ansias excavadoras del actual alcalde, que parece que esta va a ser la tentativa firme para la de autobuses y su estética de Paco Martínez Soria, y la espantada de la empresa de vehículos eléctricos que tenía todo, atado, firmado y comprometido desde hace varios años. Tras semejante avalancha, ellas tosen y guardan silencio. Como para no.
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La conversación sigue cuando aportan lo escuchado en la radio acerca de unos investigadores de Barcelona que han descubierto un gen que causa la ELA, abriendo la puerta a ensayar nuevas terapias. Charlan sobre la buena noticia hasta que Francisca expone que eso tendría trascendencia si no fuera porque cuando llevan a alguien al Congreso a hablar de esta enfermedad van cinco, y cuando va Jorge Javier Vázquez la sala parece Kerala a la una de la mañana. Y los tres vuelven a enmudecer ante el peso de las insípidas noticias estivales.
Marta propone, cuando el airecillo se levanta, ir a casa a por unos refrescos y todos están de acuerdo. Sube en el ascensor y, al entrar, encuentra a su hija arreglándose. Que qué tal la tarde, le salta, y que de qué hablaban ahí abajo. La madre le cuenta someramente el intríngulis y la chavala, pizpireta, empieza con que podían haber hablado de la oportunidad perdida con el estadio Zorrilla, que se quedó fuera del mundial por poca capacidad y ahora resulta que falta sitio para más abonados. Que menos discursos en las fiestas de los (múltiples) ascensos y más amplitud de miras. Continúa con el pelotazo que ha dado una potra salvaje en forma de canción del verano y acaba con Meryl Streep, que va a hacer la secuela de El diablo viste de Prada. Y que ella le pondría que viste de Zara, por aquello de que las ideas brillantes de Hollywood se apagan en favor de la producción en cadena, como si fueran camisetas hechas en Arteixo. Una detrás de otra y todas similares.
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Madre e hija bajan con los refrescos y los reparten. Otra vecina se cruza con el grupo. Comentarios triviales vienen y van hasta que se despide aludiendo a lo entretenida que está la conversación para ser verano, cuando nunca pasa nada de interés. Al cerrarse la puerta, Javi cierra el periódico y sorbe su bebida balbuciendo un sonoro «rediós».
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