Teresa Álvarez. Alberto Mingueza

Últimas tardes con Teresa

«Tras una historia en la que el botón más utilizado fue el de ir a doble velocidad mientras las rivales sólo podían seguir su estela, ha decidido pulsar el de la pausa»

Alfonso Niño

Valladolid

Sábado, 24 de febrero 2024, 00:23

Teresa no vive en Barcelona, aunque por el título, esto parezca una remembranza de la obra de Marsé. Calza treinta y pico años paseando por el Pisuerga, por Laguna y por los vetustos y diminutos vestuarios de Huerta del Rey.

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A Teresa le pusieron un ... día un balón en la mano y empezó a hacer malabares, cabriolas, a correr como lo harían las centellas si tuvieran patas de alambre y a ver gente a la que pasar la pelota en cualquier lugar. Creo que la familia tuvo que quitar los espejos del pasillo porque imaginaba que eran compañeras con las que trenzar jugadas.

Teresa era menuda y no ha crecido demasiado. Quizá, de pequeña, se acostumbró a un horario digno de la disciplina castrense para poder cuadrar estudios y entrenamientos, y disponía del tiempo justo para comer. Poco Cola Cao y… Ya se sabe. Aun así, era más lista que los conejos. Y valiente. O quizás osada. Dudo, y es normal hacerlo cuando, tras recorrer veinte metros en tres segundos (que es, clavado, medio campo), encuentras dos muros de metro noventa y coleta esperando para darte de merienda un par de cachetes (balonmanísticos, se entiende). Teresa no se arredra, porque en su cabeza, como en aquella peli de Marvel, ya ha analizado todas las opciones y sabe que la única solución pasa por llevarse el sopapo y poder dejar mansamente el balón en las manos de la que queda libre. Otro gol, otra sonrisa y otro esprint para defender.

Porque ella, desde joven, ha dado tardes de vértigo a todos los que han pasado por los desvencijados asientos adosados al parqué vallisoletano. Su vida ha sido correr, en todos los sentidos.

Ahora que las mujeres enarbolan su banderita intentando llamar la atención de medios y mediocres, ella se carcajea leyendo titulares. Teresa, Amaia, Omu, Elba o Menchu llevan años chupándose nueve horas de bus con parada de treinta minutos para engullir un táper casero porque el presupuesto del equipo da para lo que da. Todas llegan y estiran las piernas, se meten otra hora y pico de esfuerzo titánico entre pecho y espalda y vuelta al autocar para llegar a casa de madrugada. No se plantea pedir vuelos, vehículos más cómodos o condiciones más humanas porque entiende, aunque no asuma, que el balonmano es tan bello como pobre. O que los dirigentes no aciertan a encontrar patrocinios adecuados para mejorar la infraestructura de ligas precarias con sabor de élite.

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Teresa trabaja, como otras, en su currito de persona de a pie. A eso de las ocho de la mañana se quita el traje de Wonder Woman y empieza su jornada como una superheroína haría con su identidad secreta. Luego, en tramo vespertino, recupera su faceta de mujer relámpago, de profesora de lecciones magistrales (aunque sólo las imparta los fines de semana). Y como todo es finito, estamos disfrutando de los últimos bailes, los detalles finales, el intríngulis. Porque Teresa ha puesto fecha al truco de desenlace; no quiere que le pase como al de la canción de Sabina y le roben su momento en el calendario.

El año que viene, por estas fechas, Teresa gritará desde su desvencijada butaca roja de Huerta como los mudos, porque medio pabellón estará pendiente de lo que haga. Y, como es sabedora de ese influjo que hechiza a los demás, medirá en exceso sus reacciones para evitar que mil personas griten a su señal o sigan sus aplausos. Quizá, por eso, se meta en el palco, para poder ayudar a sus amigas desde otros estamentos. Se encerrará en esa jaula que prohíbe mostrar sentimientos, y ojo no le salga una úlcera. Porque Teresa es fuego y a la vez brasa, es huracán y a la vez calma. Y eso es fatal para el cuerpo. Pero es lo que hay.

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En breve, sacará una chaqueta de esas que lleva la gente supuestamente importante, se la pondrá por los hombros y ejercerá de representante de la magia, pero sin ministerio. Teresa ha tenido un mando a distancia unido a sus extremidades y su cerebro durante toda su carrera. Tras una historia en la que el botón más utilizado fue el de ir a doble velocidad mientras las rivales sólo podían seguir su estela, ha decidido pulsar el de la pausa. Y yo les recomiendo que acudan mientras puedan a ver sus postreros coletazos, sus argucias definitivas ante el contrario, su oda permanente al ilusionismo. Porque se va de las canchas. Desde junio sólo podrán encontrarla en el café previo donde Moi y, si se callan lo suficiente, aprenderán latín y astronomía. Se irá rápido a pillar sitio y no podrán alcanzarla. Y cuando oigan un chillido desde su zona de la grada, el de al lado les dará un codazo y, señalando, susurrará: qué buenas tardes nos dio Teresa, hijo.

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