Secciones
Servicios
Destacamos
Excepto si usted es un hooligan de la limonada a granel y la panceta comunal, estará conmigo en que esta parte de las vacaciones, para los que las tengan, es la que más cansa. Sobre todo si en vez de playa, piscina privada y sosiego, ... obtiene mantel de papel, marmitako con tique e hinchables.
Durante el pasado puente de la Virgen, las ciudades castellanas se vaciaron buscando el frescor salvaje de los pueblos. Pero ya no existe. Ni siquiera estos son iguales. Ya no hay Sensación de vivir al mediodía ni vamos al río después de que termine El Equipo A. Incluso las benditas noches que antes reconfortaban y moderaban la temperatura de las casas ahora son de medio pelo, de «tampoco te tapes no sea que te dé un tabardillo a las cuatro de la mañana».
Los pueblos eran un remanso de gastronomía tradicional, rutinas firmes de tres meses y mantas zamoranas. Ahora los abuelos duermen el sueño de los justos, las dos horas de digestión que servían para que los mayores reposaran la siesta no las cumple ni Dios y de los edredones, ajuar de un par de generaciones previas, ya les he contado antes.
Ni siquiera se conservan como valores estables los modos y maneras de organizar la parrilla. Hace años mandaba el patriarca, aunque realmente fuera la abuela la que decía qué se asaba, en qué orden y de qué manera. Ahora a los mandos están tres cuñados que han leído por encima las instrucciones en un foro de internet y utilizan como aderezo sal del Himalaya. En Palencia. Para una chisquereta. Vamos, no me fastidies.
Si han pasado por la iglesia parroquial hace unos días, habrán comprobado que la edad media baja durante las consabidas fiestas autóctonas. Por una jornada, todos parecen católicos convencidos, aunque sea por mero respeto a los ancestros que nos arrancaban del colchón, tras una noche de jaleo, para vestirnos de domingo. La verdad es que seguir la Misa y participar, por muy ácrata que uno sea, es sencillo y tiene una ventaja: las canciones llevan siendo las mismas los últimos cincuenta años. Ya saben: Él ha venido a la orilla y nos ha mirado a los ojos sonriendo. Para tararearla, nos da.
Lo más triste, y comprobarán que no es que hoy esté muy dispuesto al goce y disfrute, es que se ha pervertido algo tan sacrosanto en estas fechas como el lechazo. Para empezar, y al reunirse ciento y la madre en una casa que se pasa cerrada once meses al año, se exponen la cocina y el horno a un trabajo del que no son capaces. Básicamente, porque el frigo es un Balay del 84 y el horno tiene menos eficiencia energética que un Seat 131 Supermirafiori. Después, se suele atiborrar a los presentes con tantos entrantes que, cuando llega el bicho, el tope humano ha sido rebasado con creces y uno afronta la sagrada tarea timorato y poco receptivo al manjar. Si las viejas del lugar levantaran la cabeza… Recuerden el menú: lechazo y ensalada. Y ya.
El teleclub es de lo poco que se mantiene incólume. Sigue siendo el centro nativo de análisis. Si osas pasar por allí para pedir una cerveza, serás sometido al escrutinio de los paisanos que, cigarro en mano, procederán a analizar de quién eres nieto, si hace mucho que no paras por la plaza o cuál era tu mote de chaval. Vamos, que se te quitan las ganas y compras los botellines en el supermercado para evitarte el repaso. Si, a pesar de todo, te adentras en su oscuridad apartando la típica cortina rústica de cordón, accederás al estadio olímpico de las prácticas deportivas reinantes: tute, mus, julepe… Batallas legendarias se han librado entre esas mesas que protegen botellas añejas de Larios y que pueblan un buen montón de moscas. Puedes mirar de reojo, pero te devolverán el vistazo dejando claro que no tienes categoría ni maña para jugar dos manos con ellos. Pide, paga la ronda y escapa.
Así que yo abandono, que a esto le tengo mucho cariño, pero la nostalgia me lleva a pensar que sigue representando lo que hace mucho dejó de ser. Y asumo que la mayor parte de culpa la tendré yo. Si antes no me importaban el permanente olor a vaca, los diez millones de tábanos, que apenas se pillase señal de televisión, que la orquesta tocase el «Follow the leader» o que la farola diera luz justo sobre la ventana de mi habitación y ahora todo eso me incomoda, ya sabemos quién sobra. Es pura tolerancia y yo la acato. Huyo, mantengo el recuerdo y dejo que el resto se deleite como un gorrino en un charco.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.