

Secciones
Servicios
Destacamos
Hace más tiempo del que me gustaría confesar, un ingeniero de sonido bastante reputado me dijo que no había música buena o mala; por un ... lado estaba ese sindiós repudiable fuera de tono y desacompasado y, por otro, la composición afinada que fluía a tempo. La segunda depende de gustos, pero no se puede juzgar como errónea, porque no lo es. Parece ser que lo mismo ocurre con los años vividos. Mirando desde el balcón del medio siglo que casi cargan mis hombros, me pregunto si este trecho ya transitado ha estado bien, si he «entonado» de forma adecuada y, sobre todo, si queda algo por andar que me erice el vello como solía ocurrirme décadas atrás. No sé si he perdido la capacidad de arrebatarme ante obras excelsas, monumentos, conciertos, pinturas, libros o una sencilla puesta de sol. Y me da miedo, me aterra no volver a hacerlo.
Cuando era pequeño y me hablaban de alguien con cincuenta años, automáticamente, la imaginación me refería a señores con cachava entrados en carnes y mujeres vestidas de negro con tobillos hinchados y rebequita para el frío de octubre a septiembre. Pero, fíjate, los pocos espejos que cuelgan en casa me devuelven una imagen que reconozco. Quizá algo erosionada, con menos pelo del deseado, pero aceptable. En ningún caso quiero pensar en aquellos que, a esta edad, mantienen que todo está construido y desde ahora toca mantener lo que se pueda. Me niego. Los cincuenta no pueden ser unos náuticos desgastados, una melodía triste de Pearl Jam, un secarral con cardos, una camisa con los botones tirantes o un «no» a aquella demanda de partida de mus. No deben ser una desgana al acudir al cine, una excusa para pasar de comer en Llantén porque está lejos o un retraso de seis días en contestar ese mensaje de un amigo que te necesita. Rechazo que impliquen toda la desidia de no imprimir una foto porque ya está en el teléfono, de no poner el árbol en Navidad porque nadie tiene que venir a verlo o de evitar llevar a cabo tal o cual proyecto porque ni agradecido ni pagado. De eso nada. Los cincuenta (o los sesenta, o los que usted lleve pintados en esa mirada) tienen que refulgir. Deberían ser un baile a la luz de la luna con Sinatra en el Copacabana de Manhattan, una tarde escuchando a un cantautor callejero por Grafton Street, una sobremesa interminable contando (otra vez) cómo lo pasábamos en Titahuana, un aniversario más logrando sorprenderla con una fruslería de la que no pude pasar de largo.
Las canas de la barba llevan tiempo delatándome, pero he sabido hacer un pacto: asumo mi madurez y, a la vez, me siento como si me engalanaran quince años menos.
Noticias relacionadas
Es evidente el impacto de aquella frase chuli: «la vida se mide en momentos, no en minutos». Pero volver a un instante mágico o alegre de 2009 y quedarse demasiado tiempo embobado con aquella sensación me parece una insensatez, porque también es reavivar los días tristes que llegaron después. Para qué… Estoy aquí y ahora. Y lo que venga es impreciso, seguramente excitante y a lo mejor inesperado. Tengo cincuenta años de errores y aciertos para, basándome en ellos, elegir los caminos que se abran en el horizonte. Y deseo explorarlos. No acepto que las cosas sean cada vez más efímeras, como un móvil superinteligente que queda demodé tras dos temporadas. Sigo queriendo construir cosas, relaciones, certezas, apoyos… y conservarlas. Que muten pero no pierdan su esencia. Que evolucionen. No quiero insensibilizarme ante tragedias (cercanas, demasiado) por haber visto muchas. Deseo con todas mis fuerzas sorprenderme mañana en la inauguración de la exposición de Luis Pérez y preguntarme, otra vez, cómo diantres puede tener tanto arte y estar tan delgado el muy cabrón.
Quiero seguir mordiendo un bocata del Grove (no, no lo he escrito mal) y que me traslade a aquellos recreos vestidos de camisetas de Nirvana. Quiero leer estas páginas con sosiego, con cabreo, con esperanza, con preguntas, con opinión. Y si noto que el equilibrio es imposible, escribiré a Ferreiro para que reformule la canción. Lo dicho: con trazo fino pero esfuerzo ímprobo, con suerte o sin ella. Pero sin paradas y siguiendo el tempo de esta partitura. Espero no perderme.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.