Abril y la primavera traen cosas buenas y malas. De las peores es que se empiezan a abandonar los platos de cuchara. Y lo lamento porque me emplazan a dentro de cinco o seis meses para saborear otras alubias pintas con chorizo, de esas que ... hacen llorar más que el final de Hachiko. La última vez estuve untando pan hasta que cambiamos la hora. En cuanto a lo bueno: el verano me hace la misma gracia que a Peláez, pero hay un espacio de tiempo, uno que antes se hacía hueco incluso en el estío y ahora se limita a una franja muy estrecha al anochecer, que me da gustito y tolero. Cuando la estación verde duraba más de diez minutos y llegaban esas tardes-noches de chaquetilla ligera o jersey por los hombros, echábamos las horas en la terraza de Sukursal. De aquellas no se estilaba esa invasión parisina de las aceras. Cuando hacía bueno se ponían mesas y sillas, y cuando hacía malo todos dentro del bar de turno oliendo a Ducados y compartiendo principio de enfisema pulmonar. Pues bien, en aquel espacio temporal indeterminado 'primaverotardío' cercano al fresquete canicular cuasi nocturno parecía que esponjábamos. Para mí, que era un tierno pollito con flequillo peinado a secador, ir allí, al lado de Poniente, era entrar en Times Square, en Picadilly Circus o en la fiesta de fin de año de El Padrino II en Cuba. Pueden llamarme pijo o finolis o lo que les dé la gana. De domingo a jueves, de junio a septiembre, ahí se guisaba lo bueno a media tarde. Quizá leyendo esto crean que estoy más demodé que una camiseta de Hernández Mancha, pero aquello era digno de contarse. Y lo voy a hacer.
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Es curioso que uno de los lugares «bonitos» de la capital se escribiera con K, casi como si fuera el Kaos o un disco de Desakato. Ahora que soy un maldito burgués de clase media (eso dice el gobierno) me compadezco de los pobres vecinos que durante meses aguantaban sin abrir la ventana ni un cuchillito porque les llegaría la conversación de alguna mesa de manera nítida. Todavía no había llegado a nuestras vidas la tristeza que iba a destilar Kurt Cobain y su enfado permanente con el cosmos en general. Aún no había empezado la bobada esa de subirnos los cuellos de los polos. Encontrar una mesa libre era más difícil que asfaltar bien la A67 y había una tontería tal que haría palidecer a Victoria Federica. En definitiva, no sé si eran los veranos del amor, pero tenían esa ausencia de todo que da disfrutar de la juventud.
Dudo que entrase en el bar de marras una o dos veces en mi vida. Lo que valía era la terraza, lo otro era el gallinero del Calderón, la fila 1 de General en Zorrilla, la butaca de visibilidad reducida. Estabas fuera, pedías y, según traían la bandeja, llegaba un tímido sonido del interior, donde pinchaban a Antonio Flores cantando lo de «Así se siente abril. Eso es abril, un sentimiento. Eso es abril, caricia al viento». Es toda la letra que sabíamos, y porque era la sintonía de un anuncio de perfume. Pero en ese impás, media terraza movía la mano tarareando ese trocito de estribillo, como si fueran entendidos en flamenco y bulería sin pasar de rumberos de terracita castellana de postín. Aaaaah, qué gusto. Todo esto fue cuando íbamos de que nos gustaba la copa bien servida y pensábamos que el vaso de tubo era la mejor opción, que es como darle la razón al CEO de Ryanair por querer crear un billete para viajeros que vayan de pie en el avión: una boñiga pinchada en un palo.
Ni recuerdos de pelo largo ni viejo blues, aunque sonaran los Burning día tras día, noche tras noche. Aunque pensásemos que íbamos a sintonizar a los Stones en algún momento, las chicas a las que acompañábamos querían acabar la noche con «Ojos de hielo», de Modestia. Y la cantábamos en la mesa, alargando el cubata a traguitos porque la paga paternal no daba para más y era en pesetas. Si lo viviste, te caerá por la frente algo de desesperanza, porque aquello no volverá. Quedarás en cualquiera de los lugares similares (infinitamente más limpios y cómodos) que hoy pueblan la ciudad con las mismas personas, pero verás, a través de las dioptrías de la edad, que esa primavera ya no vuelve, y a otra cosa. Alguna foto en un álbum perdido en casa de tus padres y poco más. Y si alguien, trasnochado (siempre hay uno), miente diciendo que hay que armarla como cuando quedabais en Sukursal, sentirás lo mismo que el resto de Supersubmarina en el momento en el que el cantante dice que el futuro de la banda es un nuevo álbum: no va a ocurrir. Pero chico, mientras no llueva mucho y no vengan calimas saharianas, siempre podréis hacer grupo y brindar por lo que queda por venir sin dejar de recordar lo que disfrutaste. Eso sí, con un jersey por encima de los hombros, por si refresca. Así se siente abril.
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