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Hay un señor que dedica sus esfuerzos -oscuros, siniestros, retorcidos- a matar gente. Para mí que está algo tarado. Debe ser así o, en caso contrario, no soñaría con asfixias, cuchilladas y demás atrocidades propias de la peor catadura moral. Y a pesar de enseñarnos ... que el vecino que hace ruidos abajo, la que compra verdura en la misma tienda que nosotros o el que apura una copa a nuestro lado pueden tener el alma más negra que un callejón sin luz, nos cuela de rondón que hay personas que se ocupan de poner un paraguas de seguridad encima de nuestras inocentes cabezas para protegernos de la inquina propia de gentuza como, por ejemplo, un tal Augusto Ledesma. Y todo esto en el mismo libro.
César es un cabronazo sin escrúpulos. Te acuerdas de sus antepasados cada cuarenta páginas más o menos. Estás leyendo tranquilamente y un párrafo hace que te plantees si, realmente, pone lo que crees que pone. Eso cuando no te pilla mal acomodado y viertes media cerveza en la butaca. Y mucho de todo ese áspero contingente literario suele ocurrir aquí, en Valladolid. A ver, si ha leído la novela en la que se basa la serie que Amazon estrena con pompa y boato estos días, pensará que Arturo Eyries es un pozo criminal importante, que no debe pasear solanas por los alrededores del Patio Herreriano o que es inteligente desconfiar de aquellos que viven en el Viejo Coso y cantan por Bunbury engolando la voz. Pero nada más lejos de la realidad. Lo que ha hecho Gellida es usar un decorado que conoce bien y se llama Pucela. Lo ha teñido de gris, llueve como si fuera la Gotham de Batman y, como en esta, se produce un choque de trenes entres dos fuerzas de la naturaleza: el mal -pulcro, elegante en su perversidad-y el bien -vestido de multimarca y con barba de doce días sin arreglar-. Si alguien de Albacete se pone tres capítulos no viene por aquí ni aunque le regalen dos noches en una suite en el Nexus, en pleno centro.
Y aquí quería llegar. Si viaja a Estados Unidos, usted va a Nueva York y no a Omaha porque Woody Allen se la ha enseñado de mil maneras diferentes: desde Brooklyn, el Village o de paseo por Central Park. Ha visto cómo 'Los Vengadores' destrozaban Manhattan, a Tom Hanks tocar un piano en una juguetería de la ciudad, a Carrie Bradshaw comer magdalenas en Magnolia Bakery y a Meg Ryan fingir un orgasmo en un restaurante de la Gran Manzana. Y ahora, desde esta semana, una pareja de Friburgo va a saber que hay una ciudad chiquitita (resultona, más bien) en España donde media policía persigue a un maníaco inteligentísimo entre las avenidas, paseos y monumentos.
Lo gracioso es que, si alguien nota que el suspense se le hace bola, también puede ponerse 'Voy a pasármelo bien' y cantar por las mismas plazas como si fuera un eterno adolescente. Y esta es la clave. Valladolid, gracias a estas obras y otras que vendrán o forman parte de nuestro particular «cancionero», se presenta al mundo. No se rían cuando, un día, encuentren a un par de turistas diciéndoles que les hagan una foto en la esquina en la que la truculenta mente de César se cargó a no sé quién (sí lo sé, pero no les voy a desvelar el intríngulis).
A partir de ahí y con semejante campaña de imagen, es posible que una señora irlandesa que vio en la tele a Ramiro Sancho correr por el puente del Poniente, cualquier día se plante aquí a ver si el Zero Café existe de verdad, acompañe su viaje con una reserva en el Figón y lleve de vuelta a casa unos bombones de Belaria para regalar a su tía Gertrud.
Poco más se puede decir. Si con estos mimbres les da cosita pasar por según qué calles al caer la tarde, pónganse el pijama y unas pantuflas, seleccionen 'Memento Mori' en su plataforma y dispónganse a pasar un mal rato. Siempre será mejor que caminar cándidamente por los alrededores de la Catedral y darse cuenta de que, desde una mesa de la terraza contigua, un calvo con cara de mala leche les está echando un vistazo al tiempo que imagina de cuántas atroces maneras podría asesinarles (figuradamente).
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