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Tiene usted pinta de que ha pillado en el Sorteo Extraordinario de Navidad lo mismo que un servidor. Vamos, que continuaremos encontrándonos, los de fuera leyendo y yo garabateando palabras a ritmo de tecla. Y esto nos devuelve a esa cruda realidad en la que, ... por más que sea verdad, no nos vale con el consabido «al menos tenemos salud». No cae ni una pedrea y volvemos a la vida real tras una ensoñación que ni la de los que aún confiaban en Ronaldo. Y te acuerdas, de repente, de que por mucho que en breve llegue el día 28, no está la vida para tomársela a chacota y surtirla de bromitas.
Siento cerrar temporada así, pero veo las últimas noticias y gestos de nuestra clase dirigente y, por su porte orgulloso, bien pareciera que han llevado a casa las notas y se merecen la bici que pidieron a los Reyes. Y de ninguna manera. Que se lo digan a Adri, que se mete un porrón de horas currando a destajo. O a Santi, que es jefe pero sabe aquello de que la luz que más alumbra va delante y, a las seis de la mañana, cuando no está despierto ni el que hace los dónuts, ya lleva comprobado todo el género del almacén para las comidas de la semana. Quizá sea cosa mía, pero tengo una sensación constante, cuando les veo exhibirse por los informativos con sus carpetas corporativas perfectamente identificables, de que se piensan que somos unos palurdos que dejamos nuestro voto en una urna cada cuatro años y durante la legislatura nos pueden dar golpecitos en la chepa con sonrisas de carajillo y palillo interdental.
Viven encantados en la polémica y nos prestan su cara más amable en estas fechas de muérdago colgandero. Les falta comerse los morros. El resto del año su argumentación general es similar a los conflictos de colegio: tú me has llamado idiota, tú a mí patán y todo un presidente del gobierno, al estilo de uno de los dos padres, exigiendo que pidan perdón a su vástago preferido. Ese es su cuadrilátero, donde vagamente se dé lugar al análisis o la reflexión. Y en cuanto se les empieza a ver el cartón, arengan a las masas aludiendo a motivos de lo más disparatados y ahí nos dejan, discutiendo entre nosotros y llegando a las manos mientras ellos se aprietan unas chuletillas navideñas de escándalo o planean su próximo desembarco en Los Tres Olmos para celebrar que siguen sin ejecutar un porcentaje decente de los presupuestos previstos.
Acaso haya llegado el momento de sacar los colores a los que se aferran a tener razón en lugar de a hacer cositas. Me da igual el nombre, pongan aquí un Jesús, Pedro, Pilar, Carlos, Óscar, Isabel, Alberto o el del menda lerenda. Unos disculpan desmanes judiciales, otros justifican negligencias palmarias, terceros excusan retrasos y excesos ferroviarios y alguno distinto se opone a cualquier avance urbanístico. Y, mientras, esperan que mil mentecatos hagan ruido discutiendo en cualquier red social o tertulia tabernaria. Insisto, a ellos se la sopla trompeteramente porque es otro mes de paga, dieta, complementos, abrazos en los mítines, aplausos de los suyos en los plenos/Senado/Congreso y a quitar una hoja más del calendario. No cuela. No somos tan pavos ni nos faltan dos hervores. Por ponerles un símil: yo, si me llevan a comer, no necesito más que unas patatas a la importancia curiositas, como las de Los Ilustres. Con eso me conformo. No me hagan promesas en forma de bogavante del Cantábrico, no. Mis patatas. Pero, eso sí, no jueguen con ellas. No me enseñen la foto y, después, me traigan unas deslavazadas, sosas, sin sustancia, tristes como un amanecer de sábado en los noventa sin haber ligado.
De nuevo: no nos tomen por majaderos, aunque a veces lo parezcamos. Como nos pongamos a reclamar todo lo prometido por los distintos regidores antes de alcanzar los respectivos sillones, se van a asustar ustedes. Y mucho. Porque, al revés de lo que piensan, el botoncito del mando está a nuestro alcance. Y es sencillísimo pulsar el apagado. Santos no seremos, pero no nos traten de inocentes tontitos, que a lo mejor se llevan una sorpresa. Feliz año, señorías.
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