No se despisten. No hablo del inmortal personaje de Patricia Highsmith. Si no lo conocen, mal hecho, tienen una serie imponente en Netflix para empaparse de su encanto. Pero he titulado este texto en honor a la teniente de primera clase Ellen Ripley, la última ... superviviente del Nostromo. La de Alien, vamos. Ustedes se la imaginan con la cara de Sigourney Weaver y yo con la de una amiga que, a pesar de no estar pasando su mejor momento, está afrontando lo que viene con el mismo valor que la heroína de la saga. Lo curioso es que Ripley no empezó siendo un ejemplo de templanza y arrojo. Comenzó, como haríamos todos, asustadiza, nerviosa y con temor a lo desconocido. Y en esas latitudes, las de lo sombrío y la desesperanza, los valientes se montan a lomos del coraje y galopan, con lamentos y algo de miedo, a enfrentarse a lo que les aqueja.
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Sin ambages. Mi amiga lleva un par de años que si se los recetan a su peor enemigo terminaría dándoles una pena enorme. Marta, o Ripley, como prefieran, ha vadeado varias enfermedades familiares tremendas, de las que dan más canguelo que una visita del señor aquel de Elm Street. Como la protagonista de la película del principio, pasó por todas las fases de sorpresa, tristeza, hundimiento, aceptación y lucha. Y cuando la cosa empezaba a dejar que sacase un poquito la cabeza de esa corriente que ahoga, le dicen que ahora tiene que dejar de echarle redaños a esta vida por los suyos, porque la china le ha tocado a ella y hay que meterse en harina. Podíamos ponerle nombre a la dolencia, pero cada cual en su casa tendrá un ejemplo de la misma u otra igual de vil. Marta se aferró a que tiene una familia más dura que la mandíbula de Stallone y dijo, mordiéndose los carrillos por dentro hasta la sangre, que de este barco no se bajaba nadie y que podemos con eso y con un poquito menos también. Seguro que cuando cierre la puerta de su habitación se sentirá como Bruce Willis en aquella jungla de cristal: sola, herida, débil. Pero, al igual que él, saldrá adelante dándole igual los cortes, los golpes o las cornadas. Porque este tipo de personas ha aprendido a jugar la partida con las cartas que le han dado. Y prefieren marcarse un farol que les haga cantar victoria a quejarse por el reparto.
No dudo que, como ella, hay otras Ripley por ahí mirando a la vida a los ojos aunque la garganta les pida gritar al cielo por el regalo envenenado. Son las que deciden que se debe vivir a quemarropa y cantando con la suavidad de la almohada de casa de tus padres. Parece una incongruencia, pero es de lo más lógico, dada su situación. Uno vive soñando con pillar un bote de la Primitiva y no es consciente de que, habitualmente, disfrutamos del Gordo en forma de salud y dicha. A ver si vamos poniendo en solfa que no nos pasa nada. Disfrútenlo porque, siento parecer un cenizo, no va a durar eternamente.
En dos oportunidades este maldito agosto me ha puesto el estómago en la campanilla y, ahora que todo se ha recolocado, lo tengo en mente cada mañana. Me lo voy apuntando en papelitos para que el tsunami de la rutina no me haga perder el foco. Y desde ahora le voy a mandar a ella lo mismo que me receto cada mañana hasta que se recupere del todo. Si conocen a alguien lidiando este trance, hagan lo mismo con una frase o con la carita esa que manda un beso. Sin apiadarse de nadie, sin aflicción de plañidera. Escriban una broma que les aparte por unos segundos de ese pensamiento encapotado. Parece que debemos estar siempre bien, y lo cierto es que estamos mucho tiempo regular tirando a mal. Nos sobreponemos y seguimos caminando. A veces, el tropezón es como el salto de fe de Indiana Jones y hay que parar. Ahí es donde hay que permitirse el bajón y en ese lugar es donde el resto tenemos que aportar. El chascarrillo en el bienestar sale sin esfuerzo. La caricia y el agarrar la mano en el dolor, aunque sea digitalmente, es lo que cuesta. Si se llora, se dejan caer unas lágrimas compartidas. Y si se ríe, que la carcajada sea el doble de alta. A por todas, me decía en un mensaje reciente. Y me la imaginé desafiando sus males como Ripley se encara con el bicho ese asqueroso que se la quiere comer. Has pinchado en hueso, sabandija. A Marta le vas a durar dos ratos.
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