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Un tiempo para cada cosa. Y el de Nadal ha pasado. Cómo no iba a terminar si llevamos sufriendo con él décadas. Hay quien le vio levantar su primer Roland Garros con un bigotín incipiente y en 2022, con su último izado del trofeo ... de los Mosqueteros, estaba esperando su primer hijo. Vamos, Rafa, que hemos pasado más sobremesas contigo que con los suegros. Que nos has insuflado ánimo, vigor, entereza. Y todavía hay quien te niega el pan y la sal, chico. Qué valor. Pero es lógico, porque representas tantas cosas que muchos no soportan que tenían que buscarte las cosquillas de alguna manera. Y nada, tú a lo tuyo. Sin polémicas vacías ni canitas al aire. Ni te han encontrado una Bárbara Rey ni una manchita pequeña de desahogo. Y claro, es mucho sapo tragar con alguien que simboliza el triunfo de la voluntad, el esfuerzo, la disciplina, el rigor y el sacrificio en estos tiempos laxos plagados de mediocres, flojos y conformistas de ahínco gripado. Nunca te lo perdonarán, Rafa. Ser ejemplo para millones.
Encima Nadal es un catalanohablante más español que Estrellita Castro. Y eso es otro asunto que irrita la piel de los que siempre buscan tres pies al gato. Súmenle que viene de una familia más barcelonista que los contables de Jordi Pujol y el chaval, manda collons, sale más blanco que el culo de aquel general chiquitín. Para colmo, es íntimo de otro ínclito hijo de Sant Boi que, igualmente, se ha vestido orgulloso de rojigualda más veces de las que a algún diputado le gustaría. Si a Pau le da por presentarse a la Generalitat y a Rafa como presidente del gobierno, salen ambos con mayoría y se acaban los acuerdos por debajo de la mesa, las relaciones interesadas y las indecencias públicas. Pero no lo harán jamás. Están por encima del escrutinio popular. Han competido, han ganado y han terminado perdiendo, como no puede ser de otra forma y nos espera a todos en la vida. Y lo han hecho asumiendo que el éxito acaba. Algún mindundi sobasofás le dirá al manacorí que lleva un par de temporadas arrastrándose por las pistas. Ya ven, a un deportista que lleva veinte años jugando al máximo nivel de la historia con una lesión incurable en un pie que prometía jubilarle, que tiene medio cuerpo como Robocop, que admite que ese es su espinoso camino sin quejarse en las derrotas ni poner pañitos calientes, que declara algo tan sano y sincero como hay que aceptarlo y luchar.
Ay, Rafa. Que nos hemos vendado los ampollas de los dedos contigo, que nos hemos acostumbrado a esas camisetas imposibles, ¡que nos hemos comprado un Kia! Y lo que es mejor: hemos remontado cada partido a tu lado poniéndole el alma a cada derecha que das con la izquierda. Qué ironía, ¿eh? Has cosido torneo a torneo a este país cainita desgajado por la víscera. Y tú, ahí, sacando el puño en cada golpe, enseñando lo que es el tesón, siendo una prueba explícita de que, incluso para ti, no vale con querer para poder. Te hemos visto recuperar puntos en esa tierra batida sacando aliento de donde no existe. Si había momentos en los que daban ganas de quitar la tele, muchacho, que decía: «mira, que pierda ya que no puede más». Y tú que no, colocando las puñeteras botellitas, con tus gestos de las narices, tirando del pantalón, secándote el sudor en las muñequeras. Zas. y otra vez por los suelos, rebozado en la arcilla y mordiendo la copa que tocase.
Lo dicho, desde ahora empieza otra etapa y lo familiar primará. Te van a querer meter en mil embolados, pero tú eres tan mesurado e inteligente que sabrás elegir lo adecuado y declinar educadamente lo interesado. Para qué te voy a decir que descanses si cada mañana vas a seguir con tus rutinas. Haz lo que tengas que hacer, Rafa. Siempre serás nuestra bandera. Y no hagas caso a lo de ser presidente. Eres un faro, no un paragolpes. Como mucho te diría que te plantearas comprar el Pucela y guiarnos hacia la luz en esta etapa tan oscura, pero seguro que cualquier pelanas con demasiado tiempo libre y una cuenta de Twitter encontraría algún pretexto para tocarte las narices: que si demasiado tieso, que si no da titulares, que siempre con la ceja levantada, que si anda justo de pelo, que ha nacido lejos de la calle Angustias… Ni se te ocurra.
Gracias, Rafa. Por consentirnos ser cómplices de tu vida, por permitirnos no llamarte don Rafael —que es lo que mereces—, por no mandar a escardar cebollinos a los gabachos que te silbaban en la Philippe Chatrier y que luego, como buenos conversos, han acabado adorándote como su mejor embajador. Dices que sin sufrir no se llega a la felicidad. Muchos, en vez de verlo como un modelo de que la superación y el empeño son los que llevan a los logros, concluirán que haces apología del malestar y el padecimiento. Total, quién eres tú: ¿el mejor deportista español de todos los tiempos? Minucias.
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