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Pregunten a los infantes de un aula a quién se quieren parecer cuando sean mayores y recibirán respuestas similares a las que se podían escuchar hace treinta y pico años en una clase similar: artistas, genios del deporte y, en estos últimos años, personas que ... se dedican a contar su vida con cierta gracia o posible interés a través de las redes sociales. La vida, a pesar de todo, continúa dando sorpresas y, el otro día, el hijo de unos amigos se despachó diciéndole a su padre que quería ser como él. No estaba Baloo de por medio, ni Mowgli bailaba aplaudiendo mientras Rey Louie se balanceaba entre lianas. «Como tú, papá». Mi amigo tuvo un amago de desparrame físico acompañado de una temblequera a la altura de un gripazo cum laude.
Supongo que uno no está preparado para que alguien le diga que es su persona de referencia, su modelo. Recibir esas palabras tiene que provocar un peso de responsabilidad tremendo. Es posible que al famoseo se lo expresen con cierta periodicidad, y también puede ser que lo hagan presos de la emoción de ver a alguien que no está a su alcance de forma habitual, se les caliente la boca y salga un elogio excesivo, como cuando algún chaval quiere irse en La Voz Kids con Rosario o Melendi. Cuando es tu vástago el que te lo suelta de sopetón y te mantiene la mirada esperando una respuesta, entiendo que asimilarás que te enfrentas a un examen constante de por vida para hacer las cosas lo mejor posible delante de él. Ríanse ustedes de los paparazis que escudriñan la basura de los nobles en busca de algo que dé forma a un articulito capcioso. A pesar de la presión, digo yo que el orgullo será superior y cada día aprenderás a contenerte en las costumbres más vulgares y fomentarás lo que beneficie al chaval. Por ejemplo, cuando pongas un informativo en televisión y tengas ganas de dar rienda suelta a un cúmulo de vituperios y palabras gruesas, reprimirás el impulso cambiando el canal o preguntándole a Alexa por la temperatura, una receta de menestra o por cualquier cosa que haga soslayar la actualidad. Por supuesto, hay que abonarle al Pucela con urgencia y aprovechar que haces la compra en Carrefour para pasear junto a Zorrilla y que vaya considerándolo su casa, que es lo que es. También es importante que toméis el vermut en La Victoria, en Parquesol, en Huerta del Rey y cerca de San Pablo. Lo primero, para que vea que en todos los barrios se puede tomar una tapa de categoría. Lo segundo, para nutrirle de información histórica con la que responder cuando alguien, de mayor, le diga que somos una tierra yerma poblada por gente hosca. Ah, y que aprenda a sonreír de refilón. Hágalo a menudo y que le observe. Es mucho más útil que ponerse a dar gritos con algún cabezón y discutir como un desarrapado. Sonríes y le dejas con sus cosas de voceras.
Sólo ha habido una ocasión en la que me haya tocado a mí una emoción semejante. Una compañera mandó hacer una redacción y una alumna tuvo la ocurrencia de exteriorizar, que es lo difícil, que no le disgustaría parecerse a un servidor. Una vez superada la emoción inicial, creo recordar que le contesté que enfocase sus esfuerzos en ser mucho mejor que yo. Que disponía de una ventaja, que era que podía verme a diario y apreciar lo bueno y, a la vez, los momentos menos gloriosos, los arranques de carácter, los errores. Con todo eso podría, con el paso de los años, forjarse un prototipo de personalidad bastante apañado. Le añadí, por último, que teniendo a tanta gente válida a su alrededor, no desdeñase la oportunidad de apreciar en ellos el sinfín de virtudes de las que yo carecía. Hace un par de años alguien me habló de esta chica, que ya andará por los treinta. No tengo ni idea de a qué terminó dedicándose, pero me dijeron que era una excelente persona, así que doy el trabajo por finalizado con buena nota.
Poco más se debe tener en cuenta, porque vivir y enseñar también es improvisar. Ese niño que ve en su padre (o en quien sea) al rey del jazz a gogó debe saber que hay otros monos que también se creen reyes del swing, que ojalá suba lo más alto que pueda pero sin sufrir por no hacerlo hasta cumbres de vértigo. Y siempre tendrá ocasión de ver a su ídolo fallar y reponerse. Ese, y no otro, será el momento de más admiración. Y ahí, seguramente, insistirá en agarrarse de su mano y cantar como sigue la canción: «ah-dubi-du, quiero ser como tú».
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