En una zarzuela llamada «La del manojo de rosas«, hay un personaje llamado Espasa; un camarero enteradillo y sabiondo que, tras varios vericuetos, desvela no saber tanto como pensaba. El nombre se lo pusieron los autores por los aires de erudito, y me da que ... podríamos trasladárselo a alguna de las cabezas pensantes que están al mando de la sanidad en este país de sainete y entremés. Esta cabecera publicaba hace unos días que, allá para 2039, se habrán jubilado siete de cada diez médicos de Familia en Castilla y León. ¿Qué están haciendo para solucionar este dato demoledor? ¿Cuál es el proyecto? Esperen, que no hay que ceñirse a lo cercano. En el global de eso que antes se llamaba España y que ya dijo Guerra, con tino, que no la iba a reconocer ni la madre que la parió, hay una carencia de casi seis mil galenos. Un seis y tres ceros. No sé si vamos como una moto, como un cohete o si estamos trabajando en ello, pero con este panorama nos encaminamos a unas elecciones europeas en las que de esto no se ha dicho ni una sola palabra. Que si la mujer del César, que si los frentes físicos, que si las normas no escritas (entonces, ¿son normas? ¿Como lo de «el que la tira va a por ella», excepto si eres el dueño del balón que dices que vayan los demás?), que si los apretones de manos que parecen una entente del lado oscuro de la Fuerza, que si me paso el protocolo por el arco de Constantino y mando a todos a la mierda… Pero ustedes y yo, que no vivimos de ninguna subsecretaría, de ningún puesto de asesor de asociación alguna, pero vamos a consulta cuando no estamos bien, vemos cómo la calidad de atención va bajando por falta de profesionales, dotación o presupuesto.
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Les decía que, a buen seguro, algún listo en un sillón determina que la situación es adecuada o tampoco tan terrible. Debe ser el mismo zampabollos que, ante las dificultades en Educación y la montaña de necesidades que va llevando el alumnado a las etapas iniciales, concluye que no es para tanto y que antes había clases de cuarenta y cinco y salían todos educadísimos. Claro, y en algún momento la relación de consultores, viceloqueseas y burócratas en nómina era menor de la mitad. Al fin y al cabo, médicos y maestrillos (que sé que les llamáis así, bandidos, que siempre tenéis ahí guardadito lo de las vacaciones y lo de «el que no vale, a Magisterio») se baten el cobre cada día con lo que se encuentran al abrir la puerta. Y su destino depende, como en la obra lírica, de alguien con una verborrea prodigiosa sentado en un despacho premium, frente a un ordenador, que opina que tal dinero se debe meter en charlas, jardines, letreros, papeleras, conciertos, fuentes o mercados antes que en personal competente en servicios de primera necesidad como sanitarios, policía o lo que sea menester. Y por supuesto que de lo otro también tiene que haber, pero que no falte lo primordial. Si no tienes para lentejas, no te compres un Mercedes. Dicho de otro modo, que cuando vayas al médico con un ahogo que, tras una semana, no se te quita, alguien sepa orientarte a un especialista o darte una respuesta adecuada.
Podría aludir a aquella famosa cita de Ricardo III y, en vez de cambiar un reino por un caballo, exclamar algo como «¡alguien sensato… Mi voto por alguien sensato!». Pero mi papeleta no vale tanto como para conseguir esa proeza. Quizá la de muchos juntos sí, pero vivimos una época con demasiadas cuentas pendientes y posiciones opuestas para solicitar algo de objetividad. Solo les digo que el reloj sigue moviendo sus manecillas y ser médico de Familia no es de lo más demandado por los jóvenes que tendrán nuestro futuro en sus manos.
En la zarzuela citada al principio, Espasa dice en un momento: «a mí, el alcaloide que me descuajaringa es la vertebración ancestral de las neuronas en complicidad flagrante con el servetinal. Porque, como sin leucocitos no hay ecuaciones, en cuanto pongas dos binomios a hervir, ya tiés caldo Maggi». O sea, que no dice nada. Y esa es la respuesta al dilema de hoy (que será el de mañana) en los mítines de toda la nación: mucha palabra, mucho aplauso y… nada. Que Dios nos pille confesados.
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