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Ni cuando estrenaron Titanic hubo tanta cola como la que adorna este viernes la puerta del colegio. Y, depende de cómo se mire, el evento también tiene visos de naufragio.
No es un día corriente. Se dan las vacaciones y la mayoría de centros educativos ... ofrecen a las familias una función navideña trenzada por bailes sencillos y disfraces de un solo uso. Allí se dan cita abuelos y padres pertrechados con abrigos gruesos y teléfonos a tope de batería, todos dispuestos para grabar la portentosa actuación de sus chavales. Como tantas familias que ya no lo son, Victoria y Salva acuden por separado a admirar los meneos de su hija durante los acordes de esa canción de Mariah que todo el mundo estará harto de oír allá por enero. La vida tiene sus senderos y ha querido que coincidan antes de entrar. El encuentro se cierra con un lacónico «hola» porque no da para un «qué tal estás». Lo que tienen que decirse ya se lo cuentan a través de sus abogados. Hace tiempo que han vendido su alma a un letrado a cambio de salir de este accidente teniendo razón. Ambos necesitaban un diablo al que echar la culpa de muchos males y han convenido –por fin en algo– que la responsabilidad del fracaso es del otro. Lo cierto es que, aunque la ruptura es reciente, se veía venir de lejos, y no solo porque ella tenga en el coche la discografía completa de The Killers y él se desgañite al volante con el Canijo de Jerez.
La fila se mueve y se acercan a la puerta. Cada uno lleva su entrada en la mano, puesto que el polideportivo de la escuela tiene un aforo limitado. Delante de ellos un padre grita a los docentes que recogen las invitaciones porque no le dejan pasar sin una. Que se la ha dejado en casa, dice. Que tiene derecho, exclama. Que cómo le van a dejar sin ver a su retoño, que no saben quién es él y un montón de insensateces más que se aminoran cuando la directora del centro le conmina a sacar la entrada o hablar con la policía del asunto. Así se han puesto las cosas.
Cuando logran acceder, observan que están copadas las filas centrales. Concluyen que si quieren sentarse es probable que les toque hacerlo juntos, y la última vez que esto sucedió fue en la antesala de los juzgados. Es lo que tiene ser personas razonables que ya no se consiguen querer: aunque prefieran evitarlo, no entran en barrena si coinciden durante cinco minutos. Aun así, se inclinan por dejar espacio entre ellos. Victoria se acomoda junto a otras madres y él se queda de pie, al fondo. Desde hace unos meses lo único que tienen en común es una niña de 1.º de Primaria y varios flecos económicos a punto de resolverse. En eso ha quedado década y media de mucho al principio y migajas en los estertores finales de la relación. Los amigos les animan diciendo que ahora viene lo bueno, pero cuando se miran al espejo Salva ve que necesita cinturones más largos y ella que no consigue dominar esas patas de gallo que le salieron cuando estaba de moda el IPhone 6. Matices de lo bueno, serán.
El festival comienza y aparecen más pantallas grabando que en un concierto de Taylor Swift. Niños y niñas vestidos como árboles de Navidad, elfos o campanas mueven sus caderas de forma más o menos acompasada. Sus familiares aplauden como si actuara la Pavlova y lloran ante tamaña proeza. Este par, cada uno en su lugar, sonríe y saluda con la esperanza de que la niña les vea a través de setecientos adultos. Y, entonces, ocurre. Un parpadeo, un instante, un gesto cómplice. Y por una décima de segundo sus ojos convergen, coinciden. Vaya. Pero el periquete se desvanece y parece no haber existido. Él no va a preguntar si le estaba mirando y en la mente de ella no cabe valorar un aspaviento breve. Así que, como otros en su misma situación, comienza el reparto. Victoria recoge a su hija, con la que pasará hasta Nochevieja. Después comenzará el turno de Salva, que repasa orgulloso en el coche el vídeo del baile que acaba de ver. Y, de pronto, percibe que una cabeza en la grada gira en su dirección. Nada, un soplo, pero ahí está. Y, por primera vez en mucho tiempo, recuerda nítidamente que a él también le gustan The Killers.
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