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hico, todo son problemas. Tú, que eres de levantarte con tiempo y tener la ruta repasada, cosa que aprendiste de tu padre y sus mapas ... del RACE… Tú, que te duchas por la noche para levantarte a las cuatro de la madrugada, hacer el primer tramo con la fresca y llegar al destino lo suficientemente pronto para aprovechar el día de playa, piscina o lo que sea menester… Pues sea por la maldición maya que se cierne sobre tu cabeza, por la conexión entre Casiopea y la Osa Mayor en estos días o porque tu mujer ha terminado de lavarse la cabeza a las ocho y cuarto y sale rezongando como un hidra y repitiendo eso de: «como si no hubiera estado haciendo nada», la hora de partida son las diez y media de la mañana. Cosas de la edad, que decían Modestia.
Cuando ya has conseguido configurar el Tetris organizativo que resulta de restar a un maletero enorme una cantidad ingente de maletas, bultos, mochilas, útiles de baño y un botiquín para los «porsiacasos», comienza el festival. Y no hablo del Mad Cool o el paisano Conexión. Esta columna trata del sufrimiento que en verano taladra a muchos padres de familia durante el viaje a las deseadas y merecidas vacaciones.
Y es que el mal de nuestra era adopta el tamaño del gigante verde de los guisantes al ponernos en ruta: «me aburro», dice uno de los nenes. Uno cualquiera. Ese, por ejemplo, que tiene pinta de buena persona y, en cuanto lo dejas de mirar, se convierte en un marine americano capaz de derrocar una dictadura con un palillo, media pinza y una goma de pelo. Muchacho, cuando yo tenía tu edad, en el coche leía, miraba por la ventana, le pedía a mi padre apretar el encendedor para darle fuego y, de vez en cuando, preguntaba si faltaba mucho. Ahora los niños se aburren. Y los padres, solícitos, indefensos ante tamaña amenaza, en lugar de negarles el capricho se condenan, se arredran y ofrecen su fortuna con tal de que los pasajeros no protesten.
El drama, a los pocos kilómetros de partir, suele empezar por la música. Y si cometes el error de darle el teléfono al chaval para que ponga lo que quiera, estás muerto. Mis abuelos tuvieron una casete de Rocío Dúrcal en el R12 durante décadas. No había otra opción. Ahora disponen de un sinfín de listas que, habitualmente, forman las peores canciones que puedan existir en el universo terrícola. Para convertir el momento en lo más cercano al camino al Calvario, el primogénito, heredero legítimo del apellido familiar, pasa las canciones cada cuarenta y cinco segundos más o menos. Clic. Clic. Las cintas de mi padre se escuchaban religiosamente de principio a fin. La única excepción se aplicaba si daban partidos en la radio. Y en verano, si no hay mundial o eurocopa, no abundan. Así que Mari Trini hasta Almería o Mocedades de Valladolid a Sanlúcar.
Por envenenar más el ambiente, la cosa empeora si en la parte de atrás hay una tablet. Se puede mezclar Alsina en antena con los gruñidos de Peppa Pig o, si viaja un adolescente, con los éxitos veraniegos. Y ahí, justo ahí, es cuando se desatan las hostilidades, el autocontrol de las cuatro primeras horas se pierde y aquella sesión de mindfulness que te ha servido para no explotar las trece veces que te han dicho que se hacían pis, tenían calor, frío, les daba el sol o se soltaban el cinturón, se olvida en favor de cuatro exclamaciones que harían temblar al Evangelio.
A partir de esa crisis, y en lo que se calman los nervios, suele producirse un soporcillo que se agradece como una pedrea en Navidad. Además, con un poco de suerte, la pequeña cae rendida y va colgando atada al asiento como los chorizos en la cuadra del tío Paco. Ese tramo suele aprovecharse para no parar a no ser que un río de lava corte la autovía y, cuando despiertan los infantes, acabas de llegar al hotel, apartamento o similar. Enhorabuena. Ya sólo queda sacar el equipaje, colocarlo, que todo el mundo se ponga el bañador, que se den crema, se atornillen la gorra para evitar insolaciones, llevar las toallas, las tumbonas, el repelente de mosquitos, la sombrilla, la neverita con algo frío por si se acaloran más de la cuenta y la cartera para el pertinente avituallamiento en el chiringuito. Aparte de eso, felicidad… creo.
Vacaciones, qué ganas os tenía.
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