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Una mujer consulta el móvil, sentada en la terraza de un chiringuito. Alexia Salas
Míster Cipriano

El largo adiós

«No hay nada peor que estar solo en compañía, que mirar y no ser correspondido. Si un tecleo y un filtro luminoso podían darle lo que yo no, era justo aceptar la lección y abandonar»

Alfonso Niño

Valladolid

Jueves, 5 de septiembre 2024, 07:55

Se colocaba para posar. Siempre con una pierna delante, que estiliza. Oteando el horizonte que tapaba una tormenta de verano, siguiendo de refilón la línea de un monumento o esforzando una sonrisa vacía en dirección a un carrusel. Pero nunca miraba al frente. Jamás me ... daba ese esbozo de alegría. Pensé que, quizá, sería por timidez o por crear un espectro detectivesco. Más tarde intuí que podría tratarse de mostrar un personaje oculto tras esos ojos esquivos. Fue después, a los meses de acompañarla en su singular ruta diaria, cuando vi que lo que sí miraba eran sus redes, su expresión, su perfil. Se recreaba explicándome por qué las fotos no eran perfectas. Que iría mejorando, me decía mientras yo terminaba mi croqueta y ella no había probado bocado. El caso es que yo no quería mejorar. Me ofrecí a echar una mano para pasar tiempo juntos, pero ella ese tiempo lo pasó contestando a gente que le atiborraba la autoestima de loas y confeti aunque no los conociera. Así que, a pesar de tener a medio metro la razón de mi renuncia, nos separaba un muro de hormigón y urgencias basado en la importantísima opinión de dos tipas de Badajoz sobre la falda que sale en una publicación.

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Una ojeada al teléfono cada cuarenta y nueve segundos. Se alimentaba de likes y sorbía un té helado de una pajita. Alguien le dijo que un pantalón no era de su talla. Yo insistí en lo contrario, más que nada por haber pasado hora y mucho eligiéndolo en aquel mastodóntico nuevo Zara. Le sobraba tela cuando se lo probaba, pero esas palabras habían quedado escritas en piedra en su perfil y no podía permitirlo, contestó. Y se apresuraba en volver a un peso que nunca había abandonado. Una tal sofixxmag34, tecleando sin atención mientras iba de camino al autobús, había decidido que no le quedaba bien. La objetividad de la sentencia estaba basada en un vistazo mientras caminaba con su móvil en la mano y con las gafas de sol bien caladas. Tardé en entender que mi juicio no tuviera peso y cuando lo hice carecía de valor, como un periódico de ayer o una promesa de año nuevo. Llegué a enfadarme en un par de ocasiones y el enganchón produjo un efecto demasiado inmediato, tanto que al día siguiente todo volvía a la pesada y espesa bruma habitual. ¿Me quiere o me retiene? ¿O se quiere? ¿O solamente aspira a ser querida?

La última vez que nos sentamos en una plaza pasó el rato buscando frases hechas en las pizarras de los restaurantes cercanos. Alguna sugerente y original que rematase su postureo de media tarde, subiera las visitas e hiciera que le regalaran un par de perfumes que después vendería bajo cuerda. En aquel lugar, tan lleno y frío a la vez, fue cuando entendí lo necio que había sido. No hay nada peor que estar solo en compañía, que mirar y no ser correspondido. Si un tecleo y un filtro luminoso podían darle lo que yo no, era justo aceptar la lección y abandonar. Porque un examen así no se aprueba. Es una trampa. Un dolor constante imposible de mitigar porque cambia las preguntas e ignora las respuestas. Así que me levanté. Me acerqué a la barra y pagué la cuenta. Me di unos instantes para comprobar si se sorprendía por aquella silla desocupada, pero no hubo reacción. Escribí una nota corta. «Tú no me necesitas y yo no me lo merezco», garabateé en una servilleta que coronaba un logotipo que decía «El largo adiós». Un poco Marlowe para mí, pero oportuno. Se lo di a la camarera y me fui. Mi mitad optimista se giró con la esperanza de encontrarla corriendo en mi dirección. De lejos, vi que le entregaban el mensaje, lo leyó y examinó las mesas inmediatas. Escondido tras la esquina, mi cabeza gritaba en silencio «mírame, mírame». Pero ella, aunque parecía preocupada, siguió escribiendo frenéticamente con ambas manos. Me alejé por una calle cercana rematada con un cielo de paraguas colgados de los balcones. Quizá otra ironía de mi vida, demasiado tiempo esperando a que escampase. Ojalá haya encontrado a quien le haga esa foto perfecta.

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