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Me he pasado media vida diciendo en tono jocoso aquello de «Kitt, te necesito». Y resulta que, mientras me tomo un café en El Paquidermo, ... ha aparecido la comisaria europea de Igualdad, Preparación y Gestión de Crisis y ha dicho que el estuche de utensilios que debo preparar para salir pitando por si las cosas se ponen mustias no tiene nada que ver con el coche fantástico ni con Michael Knight. «Prevenidos para todo: este debe ser nuestro nuevo estilo de vida europeo», ha publicado en redes sociales la tal Hadja Lahbib. Y miren: a mí se me queda muy corto. Narra la buena señora en un vídeo digno del colegio Perico de los Palotes que debemos meter en una mochilita agua potable, medicamentos básicos y de uso habitual, linternas, pilas, cerillas y víveres no perecederos. A continuación, te sueltan que el asunto es para sobrevivir 72 horas. Y yo, para tres míseros días, me llevo unas albóndigas de mi madre que me aguantan sin problema si por la noche hace fresquito.
Otro tema es a dónde huir, que estamos acostumbrados a las películas guiris en las que Pedro Pascal u otro actor pintoncillo cogen un todoterreno y tiran por carretera hasta Calatayud o más allá. Y digo yo que si tan acuciante es la amenaza, antes de llegar a Venta de Baños ya nos ha caído la bomba del señor del veneno en el té o del de la piel naranja. Vamos, que estamos condenados a ir a pie y cobijarnos en un pinar. Aparte, en el macuto recomendado no cabe nada y uno tiene una edad y ciertas necesidades. Si tengo que dormir en el campo, al menos que pueda hacerlo con mi almohada de látex con soporte cervical y alivio de la presión en el cuello. Además del agua, habría que llevar pastillas potabilizadoras, que dice el médico del riñón que hay que beber dos litros al día. En cuanto a medicamentos, que no se me olviden las píldoras del colesterol, las del pelo, el indispensable Espidifen y un protector gástrico por si el chorizo de matanza me da ardor. Como no me fío de lo que vaya a durar esta batallita de egos y no sé cuándo podré cargar el móvil de nuevo, he desenterrado el walkman de los trastos del desván junto a un par de cintas de varios de cuando Charlot estaba a tope. Casi lloro de la nostalgia que me ha entrado, pero como von der Leyen apremia con que no hay tiempo que perder y que yanquis y bolcheviques son de mecha corta, a seguir empaquetando. Para la linterna y las pilas he hecho un pedido por internet, así que espero que lo gordo de la guerra llegue pasado mañana para que dé tiempo a que llegue. Me llevo también el libro electrónico, porque «donde hay lectura, hay cultura», que decía sor Antonia. Lo de las cerillas ha sido un lío porque ahora las hay de colores, largas, diminutas o con efluvios a lavanda y romero. Le he dicho a la señora del Gadis que son para sobrevivir si hay una hecatombe nuclear, y me ha puesto la misma cara que le ponía yo a alguna (era más al revés) cuando soltaba lo de «no eres tú, soy yo». Criatura…
No paso por llevar tres miserables latas y luego subsistir con una navaja suiza y acuchillando ardillas. Ni yo sé pelarlas ni mi mujer está dispuesta a eviscerar bichos campestres, así que hemos decidido ocultarnos en el bosque donde esté nuestro amigo Pablo Zárate, de Teckel de Vianzar, que maneja el cuchillo como Rambo. A cambio, tengo en casa un lote de Pantaleón Muñoz que podemos compartir gustosos con él y su familia. Desde ahí, Dios dirá. Tengan claro que, si se ponen chulitos el ruso y el otro, todo se irá a escardar cebollinos. Pero no lo creo. Como tantas cosas, el asunto gira en torno a la pasta gansa. Y hay mucho territorio, peculio y poder en juego. Desengáñense lo diga la UE, Pilar Alegría o Monseñor Argüello: de ponerse brutos, vamos todos al rinchi tengamos kit de supervivencia o un cajón de defensas marca ACME. Somos lo que se va destrozando mientras el Coyote persigue al Correcaminos, daños colaterales en un ajedrez inmenso. Aunque, ahora que lo pienso, si se arma gorda y se suspende La Liga, ¿el descenso del Pucela queda anulado? Mira, uno no se consuela porque no quiere.
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